martes, 10 de enero de 2017

Aquí nos tocó tragar - Ecuador

Cuando era más joven y menos sabia y me daba por viajar, sacrificaba el $$$ de comer en pos de ir a museos y cosas así porque pensaba que era más culturoso y fotografiable.  Con los añosh, he aprendido que no me acuerdo los colores del penacho de Moctezuma, pero sí de cómo se siente cuando se deshace en la boca el jabugo de un bar de Madrid que nunca volví a encontrar y que vaya que lo buscamos por la calle esa que te saca del centro hacia Príncipe donde... Ok, ok, me encanta tragar.  Esto es lo que comí en Ecuador y que más me gustó:


Bolones

Son bolas de masa de plátano macho rellenas de queso o chicharrón (carnitas). Se hacen con plátano verde (o sea es el plátano macho, pero verde), en algunos lugares con el Pinto (plátano manchadito) o Maduro (plátano macho "normal").  A los ecuatorianos, principalmente a los de Guayaquil, les gusta más el plátano verde.  Pero yo prefiero el plátano viejo y maduro porque es más dulce.  Y claro, con carnitas.  Los mejores como siempre, son los de la calle.  Todo muy albureable y delicioso.






Papipollo



Nos enteramos después, que es la comida ecuatoriana sinónimo de diarrea.

Comenzamos a sospechar que de menos, el Papipollo es el principio de una enfermedad coronaria ya que fríen las papas y el pollo tipo Kentucky (hoy KFC) en aceite caliente y quemadísimo al que le dan vuelta todo el día.  

Cerca de la catedral, entramos a un local pequeñito y sin ventilación, en el que la "cocina" estaba tapada con una cortina de flores.  Pero había Inca-cola y teníamos hambre. El local nos tenía reservada una sorpresa: salsa de ají que realmente picaba. Así que con una cama de papas a la francesa, lechuga para la dieta y una pieza de pollo sobrevivimos aquella tarde de lluvia.

El Papipollo, más que un platillo, se convirtió en el grito de guerra del viaje <3.

Canelazo con aguardiente



En Quito hace frío y ante eso, hay una bebida calientita que hizo lo que ningún medicamento o menjurge pudo: quitarme la tos de perro que tenía al hablar. 

Ya había probado el canelazo en Bogotá, pero este tiene naranjilla y el aguardiente es ecuatoriano.  Supongo que cada restaurante y local de la ciudad tiene su receta y la mezcla de canela, clavo y anís (quizá) varía.  Como sea, yo probé todas buscando la mejor.

TO-DAS dije.



Palomitas con ceviche y jugo de tomate de árbol


Esto sucedió en Baños (así se llama el lugar, no es un baño), donde habíamos cenado la trucha más deliciosa que he probado en mi existencia.  No hubo fotos del momento gastronómico porque recién había recorrido 20 kilómetros en bicicleta ("es todo de bajadita", dijeron), haberme arrastrado entre las cuevas para mojarme en una cascada y vuelto a subir mil quinientos metros. O algo así.  Así que primero la panza y después Instagram.

Al día siguiente desayuné ceviche con arroz, bastante buenos a pesar de que en vez de tostadas (obvio, no hay tortillas) nos dieron una mezcla de palomitas, maíz seco y plátano macho deshidratado. Normal. 

En la orilla superior derecha aparece un jugo de tomate de árbol, que se convirtió en El Alimento adicción.  Es dulce pero cítrico a la vez, limpia el hígado y te calienta el corazón, aiii.

Cangrejito Playero y Camarones Cocoinómanos

En Playas (y sí es una playa) pedí un cangrejo porque nuncamente había chupado sus patitas y en Guayaquil un arroz con coco, plátano y aguacate porque... me dijeron.  Estuvieron buenos, pero sobre todo divertidos porque los acompañamos con una cerveza en su versión de caguama, la cual servíamos en unos minivasitos de plástico que se acababan en dos tragos.  Así que no es mi culpa perder la cuenta de los vasos consumidos.


Había otra cosa que se llama Mote que es el maíz del pozole pero sin caldo ni puerco ni cebollita picada ni lechuga ni chilito y por supuesto, sin rábanos.  Saca un poco de onda que esté con huevo revuelto, pero sin duda, lo haré la próxima vez que haga pozole y me sobren granitos. Osea, nunca. Así que no me queda más que volver.



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