1. Bienvenida al infierno
El techo es alto y un tragaluz ilumina la habitación. Un ventilador de madera cuelga en el centro y sus aspas sólo sirven para cortar la luz. Esperando recibir un poco de aire, me acuesto en calzones en la cama superior de la litera. Esas esperanzas son ilusas, los 42°C que hay en la calle de Mérida me han inflamado las córneas y debilitado mis piernas.
Pero a las tripas les vale madre el calor y tenemos que salir a comer. Nuestro anfitrión nos ha asegurado que “El Tucho” está a 6 cuadras, pero a las 2:30 de la tarde, recorrerlas me parece una misión imposible. Después de un baño, vestido de algodón, sandalias, sombrero y mucho bloqueador, mi adorable acompañante y yo emprendemos la caminata al ansiado oasis.
[singlepic id=273 w=160 h=120 float=left]Por algún pleito existencial con el centro del país, en Yucatán las calles son nombradas con números en vez de héroes. No puedo asegurar que los yucatecos tengan algo en contra de Hidalgo o de Morelos, sólo piensan que con números en las calles, la orientación es más sencilla… excepto para los anuméricos y desubicados como yo. Y es que en vez de ir aumentando -o disminuyendo- numéricamente conforme avanzas, resulta que los pares -o los nones- aumentan hacia el este -o el oeste-. Es decir, al combinar pares y nones con ejes cardinales y sentido de las calles, obtenemos direcciones logarítmicas más o menos así:
c61 #156 x 50 y 52
¿Se entiende? Yo sé que no. En realidad no intento explicar lo que ignoro y que me hizo vivir perdida bajo el sol.
Sin calculadora, salimos a la calle. El piso y las paredes irradiaban calor. Conforme nos acercábamos a la Plaza Grande, más gente salía a nuestro paso. Después nos enteramos que todos, absolutamente todos los camiones (llamados colectivos) llegan a algún lugar del centro. Entré a un oxxo y compré una botella de agua salvadora. Doblamos por la 60 con la botella vacía y entramos a una librería que tenía aire acondicionado para tomar fuerzas. Habiendo vencido temporalmente el calor, volvimos a la calle y encontramos al mentado Tucho, un restaurant bar familiar y botanero que incluye variedad.
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Cerveza por favor. La primera fue para rehidratarme. La segunda para quitar el calor. La tercera para reponer la que acababa de mear y la cuarta para que se resbalaran los papatzules. Los meseros nos veían divertidos; supongo que pocos se zampan en menos de una hora cuatro cervezas, una minimargarita y como seis platos de botanas yucatecas (ahora sólo diré que estaban deliciosas).
Volvimos al hostal a pie, sólo para comprobar que para combatir el calor con cerveza hay que seguir chupando. Volvimos a asomarnos a la calle hasta que el odioso sol se fue. El calor continuaba, pero podía caminar 2 cuadras sin renegar.
2. A mí me gusta el diablo
Si por la tarde no quería ni asomarme a la calle, en la noche me di cuenta que Mérida se hizo para caminar. El ayuntamiento lo sabe y ha organizado eventos nocturnos para presumir la música, el romance y los bailes yucatecos. Todos los días hay eventos, pero mi preferido fue la serenata de los jueves en el Parque de Santa Lucía, donde un poeta que habló de su tierra y su gente me conmovió hasta las lágrimas. Mi acompañante que es un hombre insensible y tiene atole en las venas, quería irse, pero yo me negué a mover mis nalgas de ahí y así disfruté de tríos, boleros y bailes de mestizos.
Una parte de de la calle principal -la 60- es cerrada por las noches y los restaurantes instalan mesas en la calle formando animadas terrazas. Música, tragos, cena… caminar por el centro de Mérida de noche es una gozada.
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Mérida ya no es la ciudad blanca, pero eso no quiere decir que el colorido de su centro la haga fea. Al contrario. Fundada sobre la maya T’ho, su estilo arquitectónico es claramente colonial. Desde el primer cuadro y hasta las calles que llegan al Paseo Montejo (sus Champs Elysees) tienen una arquitectura preciosa y bien cuidada. Del otro lado, el centro está lleno de comercios y parece Tacubaya.
Sin duda, el Paseo Montejo es de presumirse. Las grandes casas de los ricachones henequeneros del siglo pasado imitan las francesas, aunque con un toque mexicano. En algunas ese toque lo proporciona el color rosa mexicano, en otras, las caras indígenas en la fachada. Imperdible en esta avenida es el museo de Antropología, alojado en un palacio lleno de historia maya.
A todos lados que íbamos había basura; algunas coladeras apestan y no hay botes de basura. Mientras la arquitectura es hermosa, el piso de la calle es horrible. El asfalto es gris y tiene mugre pegada. Me avergüenza ser tan queretana, pero no puedo evitar taparme la nariz ante la basura podrida.
3. Directo al inframundo.
Las leyendas de doncellas mayas que eran sacrificadas en cenotes sagrados, capturó mi atención desde niña. La península de Yucatán es hueca y sin ríos superficiales. Sin embargo, una gran cantidad de agua subterránea agrupada en cenotes y ríos que los comunican. Estos pozos de agua dulce eran la entrada al inframundo para los mayas. Se han encontrado calaveras que indican sacrificios humanos. Siendo sinceros, a mí me gustaría morir en un lugar así de fregón.
[singlepic id=268 w=160 h=120 float=left]Yo tenía que ir a un cenote, eso no estaba a negociación. El lugar elegido fue Cuzamá, donde hay tres cenotes en los cuales puedes entrar a nadar: Chelentún, Chansinic’ché y Bolonchoojol. Para llegar desde Mérida hay que tomar un colectivo a Cuzamá, un bicitaxi a la entrada y un truck a los cenotes. El truck consiste en un carro de madera jalado por un caballo y sobre rieles de tren. Nuestro conductor del truck se llamaba Wilian y la yegua Pancha. Desde el principio, Panchita era rejega. Ni diciéndole “mividita” se dignaba avanzar. Pero Wilian logró llevarnos a los 3 cenotes.
En los cenotes, el agua es templada y transparente. Todos son hondos y su acceso puede ser difícil. Es necesario bajar por improvisadas escaleras a un obscuro orificio del salen ecos de agua. Manos y piernas se aferran a la madera y confían que estén bien clavadas a la pared de roca. Los ojos apenas y ven, si abajo está el infierno, no hay manera de confirmarlo desde antes. Por fin, una salvadora plataforma de madera. Al estar en una caverna, la acústica del cenote es excelente. Hay peces, aves y murciélagos, así como estalactitas y raíces de árboles que cuelgan del techo. El diferente tono de azul que tiene cada uno de los cenotes es sorprendente. ¿Qué minerales intervienen para lograrlo? No lo sé. Igual de impactante es sumergirse con un visor y lograr ver 20 o 25 metros hacia abajo.
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4. ¿Dónde están los dioses?
Ir a ver piedras es una visita obligada de turista. Hay gente que lo único que visita en Yucatán es Chichén Itzá. Igual que la pinche foto de la torre Eiffel en facebook, la de la pirámide de Kukulcán es un
must do.
Disfrutar un sitio arqueológico no es fácil. Además de leer sobre el tema, yo recomiendo hacerlo con un guía (que no te ponga a aplaudir, ni hable de mafufadas del 2012) e ir antes al museo de Antropología en Mérida. Entender los periodos de la cultura maya, quienes fueron los Itzáes y la influencia tolteca es importante no sólo para apreciar el sitio y sus diferencias con los otros centros Mayas, sino para tener una visión objetiva sobre esta cultura.
Los mayas y la sabiduría que llegaron a adquirir son motivo de los más grandes orgullos de México. Estoy de acuerdo, no niego la majestuosidad de su arquitectura, la precisión de su calendario y de sus matemáticas. Además de eso, me sorprende el comercio que se dio entre las diferentes culturas de Mesoamérica y cómo el populacho maya aguantó -y durante tanto tiempo- a una élite aristocrática.
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La magia de Chichen Itzá no está en sus pirámides y edificios; está en la gente y las motivaciones que llevaron a construirlo. Ahora esa magia es arruinada por vendedores ambulantes acosadores. Llamados “veinteros” (porque venden todo a 20 pesitos) andan tras los turistas y si cometes la equivocación de siquiera preguntar, un montón de acosadores se acercan. Yo sé que hay pobreza en México y que así se ganan la vida. Pero lo mismo compras en un tianguis en las afuera del sitio arqueológico.
4. ¡Quien fuera conejito para comerme esa zanahoria!
[singlepic id=283 w=160 h=120 float=left]Me gritó un meridense desde la ventana de su departamento. El elegante piropo me alagó y me hizo adorar aún más a los que habitan esa hermosa ciudad. Sí, hace calor. Sí, la gente está loca por vivir en esas temperaturas infernales. Pero todos son amables y alegres. Se nota que disfrutan su ciudad y están orgullosos de su herencia, su cultura y su comida. Su acento es pegajoso y encantador.
No sólo Erwin, el dueño del hostal en que nos quedamos nos trató con afecto. Está Wilian, que ante la terqueza de Pancha, empujó el truck por la selva. Cómo olvidar a Don Panchito, el encargado de gritar bombas o al chaparrito moreno y simpático que dirigía los eventos nocturnos.
Chimuelo de los dientes superiores, un señor gordo y sudoroso se acercó mientras comíamos en un restaurant. Comenzó a hablarnos de su ciudad y a recomendarnos lugares donde ir. En Querétaro o el DF, le hubiéramos pedido que nos dejara en paz. Pero una sopa de lima nos hizo aceptar a este extraño como si fuera un viejo amigo…un amigo que nos vendió un tour.
5. Recomendaciones
1. Hostal La casa del tío Dach: Erwin hizo de la casa de sus abuelos un hogar.
2. Oficina de Turismo de Mérida: Incluye tours gratis y calendario de eventos de la ciudad.
3. Mercado: Cerca del museo de la ciudad, el atasque de antojitos yucatecos es un deber moral.
4. Museo de Antropología: Visita indispensable antes de ir a ver piedras.
5. Centros botaneros con show: El Tucho y similares garantizan comilona yucateca y cervezas a precios muy razonables.
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