Cada 8 de marzo, desde hace algunos años, he escuchado la misma cantaleta al respecto del día internacional de la mujer: que si las feminazis, que los otros 364 días se celebra al hombre, que el verdadero sexo fuerte, que los chocolates de regalo. En especial, en este último par de años, desde que todo mundo está en facebook y en twitter, vomito el tema por atragantamiento.
Sin embargo, la entrevista que leí en
este post de Rodrigo liberó mi mente sobresaturada y me obligó a escupir letras.
1. De feminismos y males peores
Algunas ideas feministas del siglo pasado me parecen radicales. Pero entiendo que mi mundo, no es el que a ellas les tocó vivir. Rosario Castellanos escribió, en 1950 “El mundo que para mí está cerrado y tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos ellos del sexo masculino”. Sin duda, a esa generación les debo mucho. Su lucha me ha beneficiado. Me criaron hombres y mujeres que las vieron gritar. Que se dieron cuenta de los retos y obstáculos que ellas tenían por el simple hecho de ser mujer. Me pavimentaron el camino y por eso, las leo y respeto.
2. El milagro de ser mujer
Pocas cosas me emputan más que el escuchar frases estúpidas que utilizan las palabras “madre” y “mujer” unidas con un lazo, que digo lazo, cadena de metal. Ser madre es una elección (a veces, una distracción), pero no un milagro. La capacidad de parir no nos hace más fuertes, ni más valiosas, ni dignas de un respeto instantáneo. La forma en cada quien vive su vida, el impacto que tenemos en la vida de los que nos rodean, será lo que al final, haga la sumatoria.
3. El libre albedrío y las mantenidas
Mi abuela trabajó hasta sus setenta y tantos años. Mi mamá se jubiló hace tres. Yo aprendí a trabajar, a cumplir con lo que me toca con su ejemplo. Por eso, cuando me enteré que hay mujeres que estudian mientras se casan, que tienen desayunos con las amigas, sirvientas y camioneta para recoger a los niños me pareció un desperdicio, una humillación.
Mis padres me criaron en la libertad. Desde que soy adulta, nunca han chantajeado o prohibido una decisión que haya hecho. La libertad de elegir y actuar es, de los aspectos de mi vida, la que más defiendo y amo. Entonces, si esas mujeres decidieron vivir así, ¿porqué habría yo que reprochárselos? No las conozco, no sé que hay en su cabeza. Ignoro si entre sueños e insomnios, gozan o sufren como a veces lo hago yo. En vez de azotarme, decidí seguir con mi vida y presumirla en un blog.
4. Las habilidades paranormales femeninas
El sexto sentido o la intuición femenina no existen. Si el tipo nos pone el cuerno, no lo sabemos por una voz que ilumina nuestro pensamiento. Lo sabemos por el olor, las excusas pendejas, la negación ante las evidencias claras. La realidad es que en cada relación (no necesariamente con un hombre) y a fuerza de la convivencia, aprendemos cómo es el otro. Eso no tiene nada que ver con ser mujer.
Sin embargo, tenemos un “poder” sobre muchos hombres (y algunas mujeres): el poder de chingárnoslos con premeditación y alevosía. En base a llantos, risitas o sufrimientos hormonales las mujeres chantajean, tantean las aguas, obtienen lo que buscan. Todos conocemos a esas mosquitas muertas. Es posible que hasta su mamá sea una de ellas. Utilizar una supuesta emoción es denigrante. Ahí sí, no concedo ni la duda.
5. Perdón y felicidad
Vuelvo
al post que disparó estas ideas desordenadas. Al leer la entrevista, sentí la felicidad de la ruquita. Felicidad por haber vivido.
Finalmente, una última pregunta: ¿Cómo te gustaría ser recordada?
¡No! ¡No quiero ser recordada! ¡Quiero vivir! (risas) ¡Quiero enterrarlos a todos, ser la última en irme! (risas) No… de verdad, no tengo idea. Demasiado me conocen, nunca fui de guardarme nada, así que ya le di a cada quien lo necesario para que me recuerde como quiera.
Y en este día y ni por error, la palabra felicidad se ha colado entre tanta “reflexión”. Nos desgarramos la ropa, quemamos las teclas, escupimos sarcasmos, vivas y contras, pero no hablamos de algo tan elemental como ser feliz.
Estos son tiempos extraños para ser mujer. Los “deben ser” nos acosan, nuestras hormonas nos traicionan. Nos dejamos arrastrar por la corriente e insistimos en una perfección imposible, en una tijera que nos corte a todas por igual. A veces, por la noche, sólo queda el perdonarnos, aprender y volverlo a intentar.