miércoles, 29 de diciembre de 2010

Se levanta en el mástil mi bandera


Escuché el sonido de la banda de guerra al entrar a la Plaza de Armas.  La gente se arremolinaba en el Palacio de Gobierno, donde tambores y trompetas entonaban la canción que tantos lunes de escuela escuché en un patio, mientras la escolta pasaba con la Bandera.  A veces congelada, a veces con sueño, pero siempre bien derecha y cantando muy fuerte.
El colegio de monjas en el que estudié hasta quinto de primaria, sólo permitía, una vez al mes, que desfilara una escolta de niñas que no fueran de sexto año.  La abanderada es aquella con calificaciones más altas y mejor conducta, me dijo mi maestra de segundo año, cuando le pedí cargarla. Fue hasta cuarto año que lo conseguí.  Recuerdo la emoción de haber sido elegida; también recuerdo que la bandera estaba muy pesada y se me iba hacia adelante.  Si bien, era (soy) una ñoña presumida, la verdad es que me sentía muy contenta de cargar mi bandera.  Durante mi infancia, el orgullo de haber nacido en este país me lo heredaron mi bisabuelo, abuelo y madre, con montones de historias de lugares, héroes y batallas.
No volví a estar en la escolta y mucho menos, a cargar la bandera.  En quinto año me sacaron de la escolta por cambio de residencia (a Guadalajara) y en sexto no me incluyeron porque la escolta ya estaba formada.  Supongo que en ese momento me enojé, pero con el tiempo, esas cosas dejaron de importarme.
Con el tiempo, la idea de mi México también fue cambiando.  Aunque mi pasión por la historia continúa, el orgullo se desdibuja ante la corrupción, los asesinatos, el despilfarro de dinero, las campañas publicitarias/nacionalistas mediocres y todas esas mentadas de madre con las que vivimos a diario.  Tan asqueada estoy de todo eso, que no escribí ni un post del mentado bicentenario.
Pero estaba entonces, escuchando a la Banda de Guerra hace algunos sábados. El cielo de la tarde se coloreó de rosa bengala y, para ser diciembre, apenas y hacía frío.  La gente le abrió camino a la escolta de militares disfrazados de insurgentes y revolucionarios.  ¿Será una representación o un flash mob?.  Los militares entraron a Palacio de Gobierno y la Banda de Guerra siguió tocando.  Los trompetazos de “Saludar, ¡YA!” y “Firmes ¡YA!” se escucharon y en el techo del edificio apareció la escolta.  El Himno Nacional comenzó como grabación y yo sentí un nudo en la garganta.  Un Tenor (o algo así) cantó sobre el “Mexicanos al grito de guerra” oficial.  La gente (jóvenes, niños, viejos, extranjeros) también cantaba.  Nadie reía ni payaseaba.  Cuando el Himno terminó, los soldados/escolta/independentistas gritaron “vivas” a la Patria, dispararon balas de salva y bajaron la bandera del mástil que se encuentra sobre la campana que dice 1810. Después, descendieron del techo con todo y bandera.  Una vez en la planta baja, la entregaron al guardia de la entrada, que procedió a guardarla en su lugar. La escolta caminó de regreso por la plaza acompañada de la Banda de Guerra y, a la voz de “Descansen ¡YA!” comenzaron los aplausos.

Durante el Flashmob / Honores a la Bandera pasé de la curiosidad, a la sorpresa y hasta un poco de vergüenza. ¿Abusó el gobierno de mis sentimientos infantiles o la emoción en la garganta fue real? Supongo que hubo algo de los dos.  Mientras cantaba, recordé a mis abuelos y mis lunes escolares. Estaba feliz de estar ahí con Mimancebo, que me sacó de la cama desvelada a ver un señor que pinta en el piso.  Sentí que todos los que estábamos en aquella plaza, teníamos algo en común: un lazo transparente, una historia, un espacio, una emoción. Tal vez, la Bandera fue una excusa y los soldaditos disfrazados, una fantochada.  Pero pocas veces me he sentido tan cerca de la gente que vive en mi ciudad.  Y eso, fue muy bueno.

Los peligros del internet

Cuando era una niña, una misteriosa carta sin remitente apareció en el buzón de mi casa. El autor no-intelectual de esa carta (fotocopiada a muy baja calidad y firmada con pluma azul) pretendía que yo reimprimiera, o de menos, transcribiera su contenido y lo distribuyera cierta cantidad de veces. La carta prometía que, días después de haberlo hecho, algún milagro ocurriría en mi vida: ganaría la lotería o tendría amor y salud eterna. El castigo, por no seguir sus instrucciones, era tan horroroso que ni siquiera lo recuerdo.

“Es una tontería”, me dijo mi padre al leerla. Me explicó que si quería salud debía comer bien y hacer ejercicio, que el dinero seguro llega trabajando y que el amor no se da bajo condiciones. Esa carta es una versión primitiva de las horribles y famosas cadenas de spam que, en la actualidad, entorpecen el correcto uso de email, redes sociales y demás plataformas del Internet.

Yo pertenezco a la generación del Internet. Crecí con él, perdí el tiempo en él y hasta hice amigos utilizándolo. Tengo cinco blogs, twitter, facebook y favoritos en Google Reader. ¿Cómo no amarlo? ¿Cómo no defenderlo?

El rostro de mi abuela Cuca, con millones de arrugas amontonándose alrededor de la boca y la frente mientras exhala un “¡dios mío! en mis tiempos…” me viene a la mente cuando escucho sobre “Los peligros del internet”. Puedo ignorar esa imagen. Puedo tachar las ideas de obsoletas, a la gente de miedosas, viejas, tecnológicamente atrasadas. Seguiría escribiendo en mis blogs sin considerar su opinión, actualizando mi geolocalización desde el smarphone y chateando con personas que nunca he visto en mi vida.

Lo cierto es que no quiero, que la situación me preocupa. Me preocupa, por un lado, que mis letras sean denigradas haber nacido en un blog. Me preocupa el muro que se está levantando entre las relaciones “normales” y las relaciones por internet. Me preocupa que el miedo llegue al poder y prohíban, nieguen o obstaculicen, como en China, el acceso a la Red.

El Internet es el medio, no el fin. Las letras online no matan a las impresas. El estar impresas no las hace mejor que las de un monitor. ¿Qué es lo único que ha cambiado? El acceso es más rápido, su formato es más atractivo. El contenido, ese contenido que ha generado el hombre desde que pintaba paredes o tallaba piedras, depende directamente del intelecto del autor.

Sin embargo, los paradigmas establecidos están cambiando. Ése es el verdadero temor. Se culpa al facebook por los secuestros. Hay reporteros que insultan twitteros. Las revistas que no entienden que el pasar su contenido escrito a la red no es suficiente. Las ventajas del Creative Commons son incomprendidas para generadores de contenido que aún usan la leyenda de copyright.

En Internet, como en el arte, la ciencia o cualquier otra manifestación humana, encontramos nuestro reflejo. ¿Qué regresa ese espejo? ¿A quién seguimos en twitter? ¿Qué publicamos en facebook? ¿De qué hablan nuestros blogs? ¿A quién dejamos ver nuestra intimidad? Esas son las preguntas que es necesario responder, ya que la de ¿es un peligro el Internet? esta fuera de lugar.

Todas las herramientas online permiten elegir. Ésa es la clave no ahogarnos en el mar de información, en el miedo de sentir invadida nuestra privacidad. Si antes quitábamos del periódico la sección de sociales, ahora nuestros feeds no tendrán páginas de chismes. Si nos inculcaron a no dar nuestra dirección a desconocidos, tampoco la pondremos en nuestro blog.

Hoy, como siempre ha ocurrido, los niños necesitan que los padres los guíen. Sin embargo, es tiempo que los adultos aprendan a moverse con soltura ante estos nuevos paradigmas. El Internet ya se metió en nuestra vida para nunca más salir.

Esa carta que llegó a mi casa de la infancia ahora tiene más buzones. Cerrarlos no es la solución.

Ya se, este post está medio reciclado. Lo hice para un curso, pero más chingón que los 3 que había hecho antes. Y por cierto, me saqué 100 en esa tarea, ja! Y luego dicen que el blog es pura pérdida de tiempo...

lunes, 27 de diciembre de 2010

The Sopranos

Gracias a la membrecía de socia distinguida en el Blockbuster, que me da una renta gratis cada 5 películas (sólo iba los martes, a 15 pesitos), pude ver The Sopranos gratis. Bueno, eso es lo que te hacen creer los mocosos robotizados que atienden el mentado cineclub. Como sea, ¡gracias mercadotecnia!

Tony Soprano es un mafioso de New Jersey con mom-issues, por lo que tiene que acudir al psicólogo en busca de ayuda para sus ataques de pánico. Sin embargo, estos ataques no son como los de la gente con trabajos aburridos que se hace pipí al sentir una pistola en la frente. Sus ataques, descubrimos en las citas con la doctora Melfi, están ligados a su vida familiar. Y cómo no habría de tener problemas mentales alguien con una madre como Livia. Manipuladora, destructiva y amargada, la mamita de Tony Soprano es un gran, GRAN personaje. Su muerte (en la serie y tan de repente), me dejó con un vacío existencial. Livia, desde su cama y con cara de sufrimiento, movía las fichas de la familia. Incluso, puso a su concuño, Uncle Junior, en contra de su propio hijo, conspirando su muerte. Junior, tomó el rol de figura paterna para Tony, cuando ocurrió la muerte (por plomo) del padre biológico (que conocemos sólo en flash backs).


La familia

La muerte (por cáncer) de la cabeza de la familia, provocó el enfrentamiento de Uncle Junior y Tony por el poder. Problemas legales y después de salud, hicieron que Junior se retirara lenta y definitivamente del mando de la familia. Tony Soprano, emerge entonces, como un líder de 120 kilos y 1.90 de estatura al que hay que temer y respetar. Carismático, sexi, mujeriego, divertido y con sonrisa de ardilla, Tony encanta y excita a todas… menos a su mujer, Carmela. La italianez y el madrecidad desbordante de Carmela no la hacía mi personaje favorito. Como buena esposa, se la pasaba rompiéndole las bolas a Tony. Con el tiempo, la actuación de Carmela creció monstruosidades. Las mejores escenas dramáticas, las tiene ella. Otras mujeres, amantes fijas y de ocasión nos dejan ver el lado cachondo de Ton. Mi preferida es Gloria Trillo, una mujer fuerte, independiente, divertida y con tendencias suicidas, que quiere a Tony por lo que es: un hijo de la chingada. A diferencia de Carmela y otras amantes, no busca el dinero o la estabilidad. Y esa escena donde la agarra del cuello y la madrea contra la escalera… ufff.

Christopher Moltisanti es sobrino de Ton y se vislumbra como heredero del imperio desde los primeros capítulos. Tony lo quiere como a un hijo y por eso, se dedica a cagarlo. Chris, un narizón quejumbroso y relajado, es la parte cómica de la serie. The Sopranos tiene grandes momentos de humor negro. Más que negro: negrísimo, obscuro, manchado, culero. De ese que nos gusta. Cómo olvidar la escena de la intervención por drogas a Chris, cuando la familia terminó pateando al pobre adicto. O mi adorado Jon Favreau robándole mafio-historias para su película. O Lauren Bacall, siendo golpeada y asaltada por Chris.



El grupo de mafiosos es un entrañable Club de Toby (no se aceptan niñas, a menos que sean putas, estén buenas y calladas). Como escenarios principales de este club nos encontramos el Bada Bing!, el pelódromo propiedad de Silvio y una carnicería deli proveedora de esos deliciosos cortes delicatessen. Pelos y carne: ¿existe acaso algo con más testosterona? Todos los capos son unos salvajes, sin embargo, todos son únicos. Bobby Bacalla, es enorme con cara de niño y gran corazón; lo mismo hace de niñero de Uncle Junior o mata por la espalda. Silvio Dante y su eterno rictus torcido. La risa y los moditos de Paulie, tan rencoroso y envidioso. Ralph y sus manías sexuales enfermas. Vito, mariconazo de clóset. Y qué decir de los capos de enfrente (Nueva York). Los problemas con la otra familia, fueron una constante desde la segunda temporada y se encarnizaron con la muerte de su líder (por viejo), Carmine.

Yomi

El enfrentamiento entre Little Carmine / John Sacramoni / Phil Leotardo impactó en la familia de New Jersey hasta el final de la serie. Johnny Sack como líder de NY, en contraposición de la personalidad de Tony Soprano (NJ), podría bien representar el antagonismo entre ambas ciudades y formas de vivir. Sacramoni nunca sonríe, tiene un genio de vieja malcogida. Carece de sentido del humor y sus normas éticas son en extremo rígidas. Tony Soprano es en-can-ta-dor.

La comida para los italianos es arte, tradición, familia. Y gracias al restaurant de Artie Bucco la serie se convirtió en una tentación a mi muy débil paladar. Solía ver la serie acompañada de vino, tapas y pasta, con la esperanza de que aminoraran mis ganas de mandar todo a la chingada, endeudarme con las tarjetas de crédito y tomar un avión de AlItalia.

Conforme veía la serie, la necesidad de seguir viendo capítulos se incrementaba. El capítulo final lo vi a la 1 de la madrugada y, sin temor a equivocarme, es el mejor pinche final de la historia. EVER. El director, creador y genio detrás de The Sopranos, David Chase, impuso una nueva forma de contar historias. La cámara, los gestos, las tomas. Todo ponía los nervios de punta y el sentimiento de “no mames, va a pasar algo”.

Aun falta un post de la serie: la filosofía y universo mafioso. Sin embargo, no cometan el mismo error que yo y, si no la han visto, háganlo YA.

martes, 21 de diciembre de 2010

Lleve su regalo de reyeeeesss

Guffo ya tiene la segunda edición de Diarios del Fin del Mundo y copio de su blog:

El libro trae portada distinta, el prólogo de Alberto Chimal, los 20 relatos de la primera edición y nueve relatos extra; algunos autoría de nuevos participantes.

El libro cuesta 150 pesitos e incluye los gastos de envío a cualquier parte de México. Si el envío es a Estados Unidos, Europa o Sudamérica, el costo es de 20 dólares o 250 pesos. En la parte superior derecha del monitor (en el blog de guffo) está el botón de PayPal. Quienes estén en contra de PayPal mándenme un correo a guffo76@hotmail.com y les paso el número de cuenta al que se deposita.



Hay tarifa especial para la banda de Monterrey y para aquellos que compraron la primera edición y quieren comprar también ésta.

Mi dotación queretana llegará hasta enero, así que, los queretanitos que desean comprarlo, mándenme un mail a rossymr@gmail.com y nos ponemos de acuerdo para la entrega, cheve de por medio.

Por cierto, hay un nuevo cuento mío. Tiene harta sangre y perros.

COMPRAPAYPALCOMPRAPAYPALCOMPRA


Precio del libro (incluye gastos de envío)


lunes, 13 de diciembre de 2010

Duelo de chiches falsas



  1. Las dos "cantan"
  2. Las dos usan minifaldas "espaciales"
  3. Las dos enseñan los calzones
  4. Ninguna sabe tocar la guitara
  5. Las dos tienen una "ayudadita" tecnológica
Pero sobre todo: en ambas, hay un ente superior moldeando su existencia.

Cuando leí que la gente va a conciertos de un holograma japonés, me pareció una exageración. Pinches japos estrafalarios, pensé. Pero youtube está para sacarnos de dudas (o exponernos al ridículo). Vean a la gente emocionada. Contagiadas. Extasiadas. Moviéndose al ritmo de la música pop(ó).

Sin embargo, me quedé pensando que, si (nuestras) "estrellas" son pura creación mercadológica... ¿Porque no ir mas allá y permitir que sean 100% digitales? No sólo los movimientos, si no que también la voz es binario puro.

No se a ustedes, pero yo prefiero a Hatsune que a Paulina.



La forma en que Hatsune es creada no tiene límites. Podría tener chichotas. Podría convertirse en niña (o niño). Podría tener escenarios saturninos. Podría transformarse en coche (perdón, eso ya lo hicieron). Podrían. Sí.

Si la imaginación es el límite, ¿entonces los japoneses tienen una pésima inventiva? Creo que no. Lo que pasa es que no pueden (ni quieren) desprenderse de su asquerosa humanidad. De los ojos grandes que no tienen, del rostro de bebé que los enternece. Y no es porque sean japoneses; es porque son hombres.
Somos una raza de seres predecibles, asustadizos. Que nos gusta lo conocido y rechazamos lo que nos es ajeno. Por eso, los entes raros se quedan en mamadas de starwars.

Me acordé de un cuento de Silverberg. Se llama "El mecenas" (o algo así) y habla de un artista que hacía hologramas de mujeres. Asquerosa humanidad, una vez más. Lo bello, de esos cubos holográficos, eran las emociones que lograba transmitir, mandando estímulos al sistema nervioso. Sí, los japoneses están locos, pero también están emocionados. Parece que Silverberg tenía razón.

¿Cuándo dejaremos de autoimitarnos? ¿De autoreferenciarnos?

Mientras que llega el momento, yo seguiré amando a Dave Grohl. Hasta para hacerle a la mamada se necesita arte.


martes, 7 de diciembre de 2010

Hice una(s) Rosalinda-das


La afamada y popular serie de posts intitulados “hice una Rosalindada”, de la que se extraen los maravillosos capítulos de: me rompí un diente por sonreírle a un poste de teléfono y, le eché adobo de pollo al capuchino, presentamos:
1.       Levantar y caminar no es lo mismo
Me tardé una semana bajando el torrent de “The Walking Dead”, pero en realidad, lo que se bajaba -el torrent claramente lo decía- era de “Waking the Dead”.  A los 5 minutos, detecté acento inglés.  Qué raro, pensé y seguí viendo. Pasaron 20 minutos y no salía ningún zombi. Busqué en internet y por fin, me di cuenta de mi error.
2.       Exijo mi pollito aprieta-teclas
Dije: “Quiero trabajar, pero poquito, pa’ no cansarme”. Tres meses después y casi sin darme cuenta, he vuelto a alienarme a la esclavización humana en la que el fin del mundo depende de las decisiones que tome. Osh

domingo, 5 de diciembre de 2010

El hombre y el matrimonio

Iba a hacer un post sobre las pinches viejas que son encantadoramente idiotas, pero Isaac Asimov escribió algo mucho mejor. Enjoy:

(...) Respecto al matrimonio, ¿dónde queda el hombre? Mi propio sentimiento es que la liberación de la mujer también libera al hombre.

En los viejos días, la rutina era que la mujer no tuviera ninguna instrucción (¿para que querían una educación formal?). También se suponía, generalmente, que el cerebro de la mujer era biológicamente inferior al del hombre. Como resultado, un hombre daba por seguro que tenía que ser más brillante que su esposa, y que sería insoportablemente humillante que ella llegara a mostrar señales de ser más brillante que él. Ahí se originó el pensamiento (todavía generalizado, gracias a la tradición) de que una mujer joven debe ocultar su inteligencia y pretender que es tonta, y hasta imbécil, o "ningún hombre la buscará". Normalmente, en una mujer la tontería es considerada "encantadora". Y, por supuesto, si una mujer — por prudencia— nunca utiliza su cerebro, finalmente pierde la posibilidad de ponerlo en acción.

Estas cosas significaron que se suponía que un hombre viviera con una mujer estúpida. El deseo por el sexo se diluye rápidamente cuando se vuelve una actividad consuetudinaria, y una compañía tonta no es ningún placer. Entonces, y no a largo plazo, marido y mujer se cansaban uno del otro y vivían vidas de lo que Thoreau llamó "desesperación silenciosa", o se divorciaban.

Hoy en día la mujer recibe instrucción, y el hombre puede esperar que su esposa sea tan inteligente como él y, en algunos aspectos, todavía más inteligente.

Si puede desprenderse de la reverencia tradicional hacia la tontería femenina, tendrá una mejor compañía y la apreciará durante más tiempo (la compatibilidad mental dura más que la física y, a la larga, es más grata). A su vez, una mujer vivirá más satisfecha con un marido que no desconfíe de su inteligencia.

En pocas palabras, el matrimonio puede convertirse en una verdadera sociedad, que revela delicias ocultas para la mayoría que vive tradicionalmente. Es más, tal "nuevo" matrimonio podría hacer más para estabilizar a la familia que lo que alguna vez podría llegar a realizar el matrimonio tradicional.

Si una mujer acepta más responsabilidad fuera de casa, lo que sigue es que un hombre bajo presión tenga más responsabilidad dentro del hogar. Naturalmente ¡se presenta cierta resistencia! Las labores domésticas tienden a ser aburridas y tediosas (motivo por el cual, precisamente, los hombres insistían en que las realizaran las mujeres); pero con frecuencia un hombre puede disfrutar —por ejemplo— al cocinar, si no lo considera una infamia. Hasta tiene la oportunidad de preparar algo que a él le guste, en lugar de estar condenado para siempre a comerse lo que su esposa prepara para delicia de ella misma.

Otras labores son más fáciles si se comparten, lo que además tiene la virtud adicional de intensificar el lazo que une a marido y mujer (me apresuro a decir que yo no ofrezco un buen ejemplo). Mi esposa, una psiquiatra jubilada y ahora escritora de tiempo completo por sus propios méritos, hace casi la mayor parte —aunque no todo— del trabajo doméstico. Pero, como escritor "prolífico" conservo una semana de setenta horas, y ella lo comprende. El día que me sorprenda con una cerveza en la mano viendo un juego de fútbol será el día que me pase la aspiradora.

Entonces, también, la mayor actividad de la mujer fuera de casa hace que para un padre sea necesario comenzar a compartir la tarea de cuidar a los niños. ¿Por qué no? Mejor. Establece un lazo más estrecho y deja ir el papel tradicional de un ogro remoto ("espera a que regrese tu padre. —él te castigará").

Un hombre podría contemplar todo esto bajo una luz de egoísmo. ¿Por qué no podría tener el placer de convivir estrechamente con sus hijos? ¿Por qué es la esposa la que debe tener todos los momentos felices? Es más, si la familia llega a desintegrarse, tendría una mejor base para derechos de visita y quizá una misma oportunidad de obtener la custodia.

Para expresarlo tan brevemente como sea posible, un matrimonio entre iguales es más valioso que uno entre dos personas desiguales y que no se entienden. Tenemos la suerte suficiente para vivir en una época en la que, en una sociedad donde, ahora es posible. Debemos considerar nuestras bendiciones e intentar que esta posibilidad siga abierta en el futuro.

Isaac Asimov
El hombre y el matrimonio
La receta del tiranosaurio