lunes, 26 de septiembre de 2011

300,000 km/segundo

Ni siquiera había tomado mi sagrada cafeína, cuando el viernes por la mañana estaba haciendo corajes y maldiciendo. En CNN en español un par de flacuchas pelos de elote, de esas que contratan para leer noticias, hablaban del “escándalo” en twitter: Einstein estaba equivocado; era posible superar la velocidad de la luz. De sus labios rellenos de silicona salieron frases como “si no podemos confiar en lo que dijo Einstein, el hombre más inteligente que ha existido, ¿en qué vamos a creer?” o “ ¿¡Todo lo que aprendí en la escuela esta mal!?” 

Por fortuna, el tipo que tenía que decir la noticia dijo que los del CERN exponían sus experimentos y resultados a la comunidad científica y que el mismo Einstein estaría feliz de ser refutado. Apenas y escuché las palabras neutrinos y nada supe de los detalles del experimento. Hasta hoy domingo pude investigar sobre el tema. Entonces me encontré que el “Einstein equivocado” era el titular común. Ahora sentí tristeza. Pocas veces hay notas científicas y cuando las hay, las tratan de manera superficial. Como si se tratara de un reality show. Es más importante quemar a un científico que explicar de qué se trata el experimento. 

La ciencia, no se trata de estar bien o estar mal. Se trata de entender lo que pasa a nuestro alrededor. De hacer teorías y comprobarlas. Cito a Carl Sagan en “El Mundo y sus Demonios”: 
Una de las razones del éxito de la ciencia es que tiene un mecanismo incorporado que corrige los errores en su propio seno. Quizá algunos consideren esta caracterización demasiado amplia pero, para mí, cada vez que ejercemos la autocrítica, cada vez que comprobamos nuestras ideas a la luz del mundo exterior, estamos haciendo ciencia. Cuando somos autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos las esperanzas con los hechos, caemos en la pseudociencia y la superstición. Cada vez que un estudio científico presenta algunos datos, va acompañado de un margen de error: un recordatorio discreto pero insistente de que ningún conocimiento es completo o perfecto. Es una forma de medir la confianza que tenemos en lo que creemos saber. Si los márgenes de error son pequeños, la precisión de nuestro conocimiento empírico es alta; si son grandes, también lo es la incertidumbre de nuestro conocimiento. Excepto en matemática pura, nada se sabe seguro (aunque, con toda seguridad, mucho es falso). 
A pesar de lo que se piensa, los científicos (o al menos los verdaderos) nunca declaran certezas absolutas:
Los humanos podemos desear la certeza absoluta, aspirar a ella, pretender como hacen los miembros de algunas religiones que la hemos logrado. Pero la historia de la ciencia —sin duda la afirmación de conocimiento accesible a los humanos de mayor éxito— nos enseña que lo máximo que podemos esperar es, a través de una mejora sucesiva de nuestra comprensión, aprendiendo de nuestros errores, tener un enfoque asintótico del universo, pero con la seguridad de que la certeza absoluta siempre se nos escapará. Siempre estaremos sujetos al error. Lo máximo que puede esperar cada generación es reducir un poco el margen de error y aumentar el cuerpo de datos al que se aplica. 
Entonces, ¿por qué periodistas serios tratan con tanta banalidad la nota? ¿Por qué sólo dicen “Einstein bruto” y no explican un poquito de dónde sacó Einstein eso de que no es posible superar la velocidad de la luz? 
Como la ciencia nos conduce a la comprensión de cómo es el mundo y no de cómo desearíamos que fuese, sus descubrimientos pueden no ser inmediatamente comprensibles o satisfactorios en todos los casos. Puede costar un poco de trabajo reestructurar nuestra mente. Parte de la ciencia es muy simple. Cuando se complica suele ser porque el mundo es complicado, o porque nosotros somos complicados. Cuando nos alejamos de ella porque parece demasiado difícil (o porque nos la han enseñado mal) abandonamos la posibilidad de responsabilizarnos de nuestro futuro. Se nos priva de un derecho. Se erosiona la confianza en nosotros mismos.
Pero cuando atravesamos la barrera, cuando los descubrimientos y métodos de la ciencia llegan hasta nosotros, cuando entendemos y ponemos en uso este conocimiento, muchos de nosotros sentimos una satisfacción profunda. A todo el mundo le ocurre eso, pero especialmente a los niños, que nacen con afán de conocimiento, conscientes de que deben vivir en un futuro moldeado por la ciencia, pero a menudo convencidos en su adolescencia de que la ciencia no es para ellos.
En su encuentro con la naturaleza, la ciencia provoca invariablemente reverencia y admiración. El mero hecho de entender algo es una celebración de la unión, la mezcla, aunque sea a escala muy modesta, con la magnificencia del cosmos. Y la construcción acumulativa de conocimiento en todo el mundo a lo largo del tiempo convierte a la ciencia en algo que no está muy lejos de un pensamiento transnacional y transgeneracional. 
Para mí, eso es lo hermoso y emocionante de la ciencia. Les dejo un video explicativo de la Teoría de la Relatividad.  Mi maestro de física lo explicaba aventando el borrador a la pared y hormigas superluzónicas en el Cañón del Colorado, pero este está bastante mejor.  No está de más saber por qué tanto pedo.

martes, 13 de septiembre de 2011

Me gustaría

day 27 - a song that you wish you could play 
Me gustaría no editar, no releer, no retroceder en los párrafos. Me gustaría no quedarme dormida tan temprano. Me gustaría no procrastinar cuando digo que voy a escribir. Me gustaría recuperar la confianza y perder las ansias de perfección. Me gustaría que no fuera tan difícil atreverme. Me gustaría anotar las ideas que tengo, en el momento que las tengo. 
Pareciera que escribir es encontrar. Encontrar las palabras, el tiempo, la energía. Cuando escribir es sólo ponerse frente a una hoja en blanco y vaciar lo que hay en la cabeza. Lo demás debería de sobrar, ¿cierto?
 

jueves, 8 de septiembre de 2011

La hermandad de la uva

El sábado estábamos atorados en el tráfico de Av. Universidad (el pinche gobierno cree que necesitamos fuentesitas y arreglos florales en un río apestoso) por lo que agarré un libro que traía mi Maridaje y me puse a leer. Se llama la Hermandad de la Uva y su autor es John Fante. Bukowski descubrió a Fante, me informó. El domingo por la tarde, terminé el libro.

La novela es una gozada de principio a fin. Me enganchó el lenguaje directo y los personajes estupendamente caracterizados; de esos que te imaginas y sientes que los conoces. Podría pensarse que narrar sobre un padre borracho, una madre ultra-católica y chantajista que lideran a una familia disfuncional es un enorme lugar común. Sin embargo, los personajes son entrañables. Amé a Nick Molise, el octogenario padre; borracho y mujeriego. Salí corriendo a comer comida italiana después de leer sobre ñoquis y berenjenas con queso (y fui estafada con pasta insípida) que cocina María, la madre. Henry Molise (no sé si llamarlo protagonista, porque el padre es el hoyo negro de la novela) se encuentra, sin saber bien cómo, de regreso a la familia de la que huyó al decidir ser escritor. El regreso al nido le da un aire a roadtrip; de esos que conoces algo nuevo o dimensionas diferente las cosas. Sin embargo, Henry Molise no descubre nada nuevo. Su padre sigue siendo un hijo de puta egoísta que quería albañiles y no hijos. A pesar de la edad, los sentimientos o lo vivido, Henry se niega a dormir con él o a soportarlo con una cara más amable. El padre y sus amigos son unos cabrones unidos por el vino y las ganas de cagar gente.

Hay una escena en la que Henry “seduce” a la enfermera de su papá. Llora por sexo y la convence. Cuando la tiene en pelotas, se da cuenta que la enfermera tiene las carnes colgantes: tetas a la cintura y nalgas a medio muslo. Intenta huir, pero no tiene los huevos y terminan cogiendo. La escena, más tragicómica que sexual me sacó de onda. ¿Qué significa? ¿Por qué está justo en ese momento de la novela? No lo sé. Cuando una lectura hace feliz a mis pupilas, no la necesito analizar. Acá una reseña más mejor

En esta sociedad, que busca y engalana sólo a triunfadores, el leer y reflexionar sobre fracasos e hijodeputas me hizo regresar a esta realidad imperfecta que he disfrutado.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Tenis con vestido azul

El vestido de reinita lo tenía seleccionado y probado desde hacía un mes. Los zapatos no eran nuevos pero tenían escasas 10 puestas. Unos tacones plateados y altos. Su corte era bajo, apenas unos milímetros arriba del arco que forman el comienzo de los dedos de los pies. Tenían tan pocas puestas ya que son zapatos de fiesta.

Recuedo que dudé al comprarlos en Liverpool. Mil doscientos pesos por unos zapatos me parecía demasiado. Pero mi mente me saboteó con "para darme mis gustitos me rompo el culo en el trabajo", "Están en oferta", "son del color exacto del vestido", etc. Los compré y bailé y bailé. A pesar de la altura, agarraban bastante bien mis pies y cumplían con su función de levantar las nalgas. Yo confiaba en esos zapatos... hasta ese sábado 20 de agosto de 2011.

Como la boda era fuera de Querétaro, me vestí hasta el hotel. En cuanto me puse los zapatos, supe que algo estaba mal. Me apachurraban el dedo chiquito de más y el tacón estaba como chueco, porque a los pocos pasos casi azoto. Para cuando la misa bodorrial terminó, tenía los huesos de mis pies molidos. Caminaba como espinada y la elegancia de mi vestido y peinado de salón se perdía. Necesito unos zapatos nuevos y unas gorditas, le dije a mi Maridaje. Como el héroe que es, me cargó hasta el coche y partimos a la ciudad de San Juan del Río en la búsqueda de unos zapatos y unas gorditas de guisos.

Mi presupuesto era de doscientos pesos. Con unas sandalias plata me conformaba. Entonces los ví. Unos tenis del color azul de mi vestido. Cómprate esos me dijo mi Maridaje. Usar falda (o vestido) CON tenis es en contra de mi religión le contesté. Pero mi mente decidió sabotear a los plateados: por el mismo precio, cómprate algo que te vas a volver a poner.

Así que salí de la zapatería, con vestido de reinita y tenis de 250 pesos. (Una vez, me compré un traje de baño de 1200 pesos y chanclas de 20 varos)

Bailé toda la noche. Pisoteé a los de junto y brinqué la versión en chinguiza de payaso de rodeo. La fiesta estuvo tan buena, que hay pedazos de la noche que no recuerdo. Mi Maridaje y yo amanecimos en otra habitación y vomité dos veces (la segunda después de nadar). Win total.


Olor a pañal

day 26 - a song that you can play on an instrument

La segunda temporada de Mad Men comienza con Don Draper mostrando los pectorales y bíceps. Un doctor le hace un examen físico; a sus 36 tomar cinco(o más) tragos y fumar dos cajetillas a diario le ha descontrolado la presión arterial. Don se enfrenta con la cruda realidad: el que sea asquerosamente sexy y creativo no le da salud… ni juventud. 

Ah… la juventud, esos años maravillosos en las que forjamos nuestro carácter y aprendemos las habilidades que nos ayudarán a poder pagar quien nos cambie los pañales en la vejez. El camino recomendado para lograrlo es la escuela. Ya saben: seis horas, cinco días a la semana en la que un viejito (a) nos marea con conceptos y dinámicas de equipo. Al final de la carrera (¿a dónde?) estamos convencidos de que estamos listos (¿para qué?) y que el mundo nos necesita. 


(Roger) Don, ¿no es posible que los últimos destetados tengan alguna perspectiva especial?... Alegría, entusiasmo… 
(Don) Si te refieres a si son una versión nueva de nosotros... no lo son. La gente joven no sabe nada. Especialmente, no saben que son jóvenes. 

Yo, como Don Draper tengo 36 y tampoco me gustan los jóvenes. Me vale madre el promedio obtenido o los proyectos “incubadora” que ganaron durante la universidad. Creo firmemente que deben sufrir para que comience a tomarlos en cuenta en el trabajo. Sin embargo, me desagradan mucho más los viejos que se niegan a cambiar. Que dejan de leer y de prepararse. Que se agarran con las uñas a lo que tienen y prefieren perder la mano a perder la silla. 

Algunos capítulos después, los jóvenes arrogantes lograron conseguir una cuenta para Don Draper. Durante la presentación, Don prácticamente se dedicó a mirar. 

Al final, todos seguimos aprendiendo. Lo intentamos y la cagamos (a veces, más de lo segundo). Quizá lo único diferente es que los jóvenes no andan premenopáusicos. 

Aunque aprendí a tocar el órgano (musical), ésta canción me salía rebien en el rockband. También cuenta, ¿no?