jueves, 22 de noviembre de 2012

Uno más para los 50


Mi sobrina acaba de cumplir un año. Tuvo su fiesta con lo que establece el reglamento oficial: pastel, piñata, niños jodones y familiares encantados con la chamaca.  Recibió muchos regalos, en su mayoría juguetes.  Ya tiene su primer muñeca; tiene cuerpo de trapo y sólo las manos, pies y cara de plástico.  La “bebé” dice “mamá” y cuando le pone su chupón, cierra los ojos y suena una canción de cuna.  También le dieron juguetes de esos de estimulación en los que tiene que abrir puertas, apachurrar botones, girar tuercas, etc.  Uno de esos juguetes le encantó: es una casita de plástico de unos 20 centímetros de alto.  El juguete es básicamente un cubo con el techo y las paredes con actividades interactivas por realizar. Por ejemplo, al tocar el timbre, se escucha ¡Ding Dong! y un pequeño diálogo de “-¡Llaman a la puerta!, ¿quién será? ¡es el vecino!-. Dependiendo si la ventana tiene la cortina abierta o cerrada, son actividades de día o de noche.  Además, tiene el modo “contrario” en el que la casa “habla” lo contrario.  Así que, cuando abres la puerta, se escucha “¡Adiós!”

Como la casita es básicamente una caja cerrada, en las paredes se encuentran la puerta de entrada, una habitación, la cocina y el baño.  Para hacerlo más entretenido, los fabricantes pusieron diferentes actividades dentro del mismo coso apachurrador. Así que si apachurra el libro de la habitación, cuenta cuentos diferentes.  En el techo hay un par de pájaros que al apachurrarse cantan “pío-pío” en diferentes tonos.  Después de apachurrar el pájaro grande e inmediatamente después el chico, comienza una canción.  

A la escuincla le encanta bailar: Aunque esté sentada, en el momento que escucha música se comienza a mover.  Si la canción tiene un ritmo lento, sólo mueve los hombros.  Si va más aprisa, da brinquitos con el torso y hasta mueve los brazos con fuerza.  Al final siempre aplaude. 

Y la canción que sale después de la combinación de dos pio-piosle encantó.  Así que bastaron un par de pios para que la mentada canción de “el sol sale y los pajaritos sabequé” nos hartara.  Al día siguiente, la escuincla andaba con su mona de la mano y se encontró a la casita interactiva.  Entonces usó la manita de la muñeca para apachurrar los pío-píos.  Quienes presenciamos este acto de genialidad comenzamos a hablar sobre la inteligencia de la chamaca:  que si todos los días se le ocurren cosas nuevas, que si es tan inteligente como su tía Rosy, etcétera.

Sé estamos locos por la escuinclilla.  Que la encontramos más inteligente y hermosa cada día y hasta las cacas que hace son obras de arte en pañal.  Pero siendo sinceros, lo normal es que los niños de esa edad aprendan muchas cosas todos los días.

Hay quien asegura que podríamos seguir aprendiendo así durante toda nuestra vida.  Otros más opinan que la escuela, tal y como nos tocó vivirla, viene a joder todo eso.  Lo que sí es un hecho es que no aprendemos más porque no queremos.  Nos distraemos con pendejadas y dirigimos nuestras acciones en base a lineamientos borregos a los que no les dedicamos ni media neurona para pensar ¿y sí se tienen que hacer las cosas así?

Por eso, ahora tengo otro blog.  Más serio y más ñoño, pero sin duda, es una parte importante de lo que soy.


jueves, 8 de noviembre de 2012

Barbacoa, pulque y robos en Boyé

Dicen los que viven en el semidesierto queretano que los aires fríos, la comida y la bebida de por allá los hace aguantar más y mejor los años.  Empiezo a descubrir que tienen razón.

Píquenle en la imagen para irse al post de Barbacoa y Pulque en Boyé en No le cuentes a mi madre.


Barbacoa y pulque en Boyé

-¿Y dónde chingados queda Boyé?

Le pregunté a mi Maridaje mientras veíamos una revistita que decía que se aproximaba la feria de la barbacoa y el pulque en la mentada localidad.

-Quién sabe, pero hay que ir.

Yo asentí.  Y es que hay pocas razones válidas por las cuales levantarse un domingo de madrugada.  Barbacoa + pulque es una de ellas.

Cuando la fecha se aproximaba, me enteré que la feria es de las más viejas de Querétaro: 20, 45, 100 años.  Nadie sabía bien cuántos, pero es muy vieja.  También me enteré que la fiesta es en honor a su patrono, San Antonio de Padua.  Pero a pesar que a este santo lo celebran en junio, las fiestas son en septiembre, que es cuando los borregos están panzones y listos para meterlos al hoyo.

Me advirtieron también, que la barbacoa se acaba por ahí de las 11 am.

Eran las 7:30 am de un domingo y sin siquiera un café en la panza, mi Maridaje y yo esperábamos congelados en el IMSS de 5 de febrero. ¿De qué lado iba a estar? ¿Ya le llamaste? ¿Sí era a las 7:30? Eran mis preguntas acosatorias.  No tardó mucho en llegar el Rizos en su camionetón.  Esperamos un poco más a las viejas y emprendimos la huida hacia Boyé.

El pueblito queda yendo hacia Bernal, pero desviándose hacia Cadareyta (¿o Ezequiel?) y ahí derecho.  Desde Querétaro son unos 50 minutos.  Hay puestitos de barbacoa desde que se toma la carretera a la Sierra Gorda.  Y por eso, los seis muertos de hambre que íbamos en la camioneta nos preguntábamos  ¿será ahí la feria? Cada que veíamos un hoyo se nos antojaba (la barbacoa).

Supimos que habíamos llegado cuando nos detuvimos en una filota de autos.  “Don Chon le da la bienvenida a Boyé” rezaba un anuncio.  Eran casi las 9 y el corral de vacas convertido en estacionamiento estaba retacado: Y tú que querías llegar hasta las 12, se escuchó como recriminación. Con las tripas crujiendo, recorrimos las calles del pueblo.  Un tianguis de chucherías guiaba nuestro camino: frutas, verdura, pan recién hecho, juguetes, trastos, ropa… ¿y la barbacoa?

Encontramos un lugar y estaba un poco vacío.  Caminamos un poco más y nos encontramos a Don Poncho y sus curados de Pulque.  Ahí también había barbacoa saliendo del hoyo.   Nos miramos con alivio.  Con la vaquita armada, apartamos lugar en las mesas y compramos consomé, barbacoa y por supuesto, curados.  Como el de piñón costaba 80$ el litro, me decidí por el de nuez.  El de guayaba estaba más rico.

Nunca antes había probado los curados.  El pulque sí, en aquella ocasión que fuimos a buscar vendedoras de caricias en San Juan del Río.  Mi bisabuelo tomaba pulque.  De los pocos recuerdos que tengo de él es acostado de manera desparramada, oliendo ácido y diciendo puras sonseras.  Y mi abuelita (su hija) enojadísima porque andaba de borracho.  Mi hermana se divertía acercándose a él y jugando a esconderse tras de los muebles.  A mí me daba un poco de temor.  No por mi bisabuelo Felipe, sino por mi abuela, que no lucía nada contenta.  Le di un trago y sentí el sabor amargosito y burbujeante en el fondo de mi garganta. La barbacoa y el consomé también estaban de rechupete.  Y tortillotas recién hechas con salsa picosita.



El litro era para mi viejo y para mí, pero como él no toma líquidos mientras come, casi todo me lo empiné yo.  Por eso, cuando nos levantamos para conocer más de la feria, sentí el alcohol revoloteando en mi cabeza.  Me agarré del brazo de mi Maridaje y comenzamos a caminar.

Durante la hora y media que estuvimos comiendo, se atascó la feria.  Iba caminando y empujando gente cuando me encontré a Padawan–Fosil.  Le dije dónde comimos y que ahí estaba lo bueno: tenía que ir pa’trás.  Después me di cuenta que la feria y el pabellón con un chingo de hoyos estaba pa´delante.  La zona en la que comimos es parte de las casas del pueblo, que abren las puertas para alimentar a los hambrientos.

Al pabellón ni entramos.  Con alargar el pezcuezo nos dimos cuenta que no cabía un borrego muerto o un hombre vivo más.  Las colas para pedir eran enormes y la gente estaba desesperada por comer.  Excepto los que son sabios y cargan con su tarro de cerámica para el refill de pulque.

En las carpas del pabellón me encontré a  Padawan–Perry (ahora expadawan, bua), quien me dijo que ya no alcanzó consomé.  Nosotros le presumimos nuestra panza y le demostré que ya no podía coordinar bien mis pensamientos.  Osea, que el pulque si pega.  Volví a decirle dónde estaba el curado “bueno”.

Tanto hablar de curados me dio antojo y convencí a mi Maridaje a que me acompañara por otro de guayaba.  Y tal vez un vasito de piñón.  Nuestra misión era volver a Don Poncho, en sentido contrario de la horda de comensales que se dirigían al pabellón.  Pateando chunches chinas y comiendo muestras gratis de ese pan de feria de nuez -calientito y delicioso- llegamos con Don Poncho.  Y justo en la entrada Padawan –Fosil  me dijo que se había terminado el curado de piñón e iba a buscar en otro lado.  Es más que ya no había nada.



Yo, que había sufrido empujones y manoseos (de mi viejo, así es de aprovechado cuando hay bola) corrí a los garrafones a llorar.  Efectivamente, Don Poncho estaba atascado y sus hijos se hacían bolas atendiendo a sus etílicos clientes exprimiendo hasta la última gota de los garrafones. Esperé pacientemente y en primera fila que rellenaran las garrafas.  Un borrachito con su tarro de cerámica pidió pulque de verdad (sus palabras) no chingaderas (sus palabras) y nos mentó la madre a los que veníamos de ciudad y freseabamos con curados de piñón.  Me cayó bien el Don. Por fin llenaron las garrafas y me atendió la hija de Don Poncho, una gordita que se la pasaba preguntando a Don Poncho: ¿este es el de nescafé? ¿y el de nuez cual es? Le pedí un litro de guayaba.  Desde que me lo sirvió, no lo vi con color de guayaba.  Lo probé y no era de guayaba. Oye, no es de guayaba le dije.  La gordita se puso un poco en su mano y lo probó. ¿Tío, verdá que este es de guayaba? Sí mija decía el Tío sin ver.  Volvía a probar y le dije, que no, este es de nescafé.  La gordita atendía otros clientes y aseguraba que era de guayaba.  Que no. Y como me puse necia, mi viejo me mandó pa’ fuera con todo y curado.  El desorden seguía, volvió el borracho mentamadres y mi maridaje se salió sin pagar.  El curado de nescafé me supo a guayaba.

Apenas eran las 12 del día y ya habíamos recorrido la iglesia y los puestos. Nos entretuvimos un rato escuchando al joven vende cobertores ma-tri-mo-nia-les de esos que no te dan una -no estimados lectores- no una, ni dos cobijas, sino ¡tres! ¡Tres cobijas ma-tri-mo-nia-les por 250 pesitos! pero eso no es todo -estimados lectores- te llevas además, sin costo extra una almohada, o mejor dicho dos almohadas por 250 pesitos. Y es más, como ya se iban la oferta: una, dos, tres cobijas ma-tri-mo-nia-les y una, dos almohadas de plumas por 200 pesitos!

Estuvimos buscando un arbolito para jetearnos y no había nada. Los juegos mecánicos estaban apagados y nadie quería ir al lienzo charro. ¡Pues vamos a Bernal a bajar la panza en la piedra! Dijo alguien.  Volvimos al camionetón y al salir a la carretera, vimos kilómetros y kilómetros de filas de autos.  Prácticamente la fila llegaba hasta Cadereyta.  ¡Ha-Ha! Les gritamos a todos los que se quedarían sin saborear la deliciosa barbacoa y el pulque.  Mi maridaje les enseñó las nalgas por el vidrio para completar el cuadro mentativo.



Ya en Bernal, le llegamos a las micheladas, fuimos a la piedra, pedimos cerveza de manzana y por supuesto, terminamos en gorditas Doña Coco.  Ah, y mi marido se robó un cacho de arte sacro que ahora engalana mi pared y que sostiene los dineros.


 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

En mi cuarto hay un gato encerrado


En realidad es gata. Lady Gata o Gatalina la peque (aún no sabemos cómo ponerle). Es una cachorra de dos o tres meses de raza siamés con punto de chocolate y de pelo largo. Eso me dijeron en la veterinaria. La recogí el lunes a medio día del estacionamiento de mi gimnasio. Estaba congelada y sus patas cafés un poco mojadas. Saqué la toalla del gym, se la eché encima y la agarré. No puso resistencia. La hice taquito en la toalla y volví a mi trabajo.

Lady Gata

No soy una loca de los gatos. Y no sé nada de los felinos. Por supuesto, no me la pienso quedar. Scampi es un asesino celoso que al primer descuido le abre la panza. Pero no podía dejarla ahí tirada. Y como no traía coche, no tuve otra opción que llevármela al trabajo.

La revisé, apretándole las patas para checar que no estuviera herida. Caminaba bien, aunque encorvada del miedo y frío. Maullaba mucho y su voz estaba un poco rasposa. Como se le sentían las costillas, la dejé en el baño y fui a comprarle un sobre de comida. Se la ofrecí en un plato desechable y la devoró.

Mi idea era dejarla en el baño; en la oficina sólo somos dos mujeres y cuando mi compañera la vio, dijo que no había problema. Sin embargo, chillaba mucho. Así que me pasé toda la tarde trabajando con una mano, porque con la otra le hacía piojito en el lomo. Sólo así chillaba más quedito.

Saliendo del trabajo la llevé con la veterinaria de mis Gazpachos; siempre me hace descuento cuando ando de recoge-perros. La gatita está desnutrida y con los pulmones congestionados. Le aplicaron una inyección para sacar los mocos de los pulmones, la desparacitaron y despulgaron. Le volvieron a ofrecer de comer, esta vez una lata de comida ultra-cara y le llegó. Con comida –de veterinario, nada de purina- y cobijas calientitas va a estar mejor.

Ahora, mi cuarto es el cuarto de la gata. Los Gazpachos saben que ahí hay algo encerrado. Pero no la han visto. Y eso que ayer la envolví en una toalla, me la metí a la chamarra y la saqué al parque, junto a mis hijines.

Es muy asustadiza, pero no agresiva. Se encorva y arrincona.  Al menos, ya no maúlla. Cuando la voy a agarrar, abre mucho sus ojos azules, pero no gruñe ni muerde. Ayer le apliqué la terapia piojitoria en su lomo y comenzó a ronronear.

Es muy extraño tener un gato. No sé si porque es callejera le valgo madre y no reacciona a mis palabras. Se hace pipí en las cobijas y pareciera que es feliz arrinconada. No sé cómo hacer que haga en su caja de arena o cómo jugar con ella. Así que bueno, ¡ayudaaaa locas de los gatos!

Y claro, si vives en Querétaro y la quieres, mándame un mail a rossymr@gmail.com. La entrego esterilizada, eso sí.




PD. Chiva, la perrita que recogí en abril, ahora tiene un hogar feliz; en Facebook se ve gorda y consentida.