domingo, 31 de octubre de 2010

Mis horas en la cárcel

¿Cómo luce una delincuente? Hollywood y la televisión se han encargado de decírnoslo. Tienen el gesto fruncido, son sucias y andan con movimientos fuertes, desafiantes. Escupen palabras llenas de rencor y odio, aunque se les pregunte por la hora.
El instituto queretano de la cultura y las artes organizó la presentación de un libro en el centro de readaptación, cárcel o tambo femenil.  Yo no sabía ni de qué iba el libro o el autor, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de metichear una cárcel.  Hablamos a la librería indicada para anotarnos y nos dieron las condiciones de ingreso: no llevar celulares, cámaras, aretes, cintos o bolsos.  Tampoco me dejarían entrar si iba vestida de color café.
Llegamos puntuales a la cita.  Cerca de 100 personas esperaban en la puerta.  Al verlos hacer fila, dije en voz alta ¿A esta presentación si vienen, verdad? ¡Qué morbosos! Una señora, ofendida, volteó a verme con cara de “tu lo serás”, pfff. 
Comenzaron a nombrar lista y entramos.  En la primera barrera, un par de policías  recogía libros y bolsos.  Formaditos y de cinco en cinco, pasamos por el detector de metales y caminamos un largo pasillo hasta la entrada de la cárcel.  Con credencial de elector en mano, me anoté en la lista de morbosos.  Pasamos más puertas, cada una resguardada por gruesas custodias.  La mayoría nos saludaba con amabilidad. 
Por fin, llegamos a un patio cubierto por un toldo.  En la orilla había pasto y mesas para comer.  Las internas ya estaban sentadas.  Las sillas estaban organizadas en dos grupos: el de las reclusas vestidas de beige y blusa blanca y las de los morbosos, vestidos de colores. 
Al principio, evité el contacto visual con ellas.  No sé por qué.  Son de esas cosas que te sorprendes haciendo y cuando te das cuenta, te sientes estúpida.  Me relajé y comencé a mirarlas.  El color de la ropa -beige- es el mismo, pero el diseño es diferente.  No hay "uniforme" oficial.  Todas estaban limpias y arregladas.  Me sorprendió ver a tantas pelirrojas y ningún maquillaje recargado. 
¿Qué habrán hecho para estar aquí? comencé a pensar mientras las recorría con la mirada.  Había algunas abuelas.  Ancianas que entrecierran los ojos para enfocar mejor. Otras, jovencísimas de cutis terso y trenzas gordas.  Unas madres cargaban a su crío en brazos o lo atendían desde la carriola.  La mayoría estaba entre los veintes y treintas y esperaban pacientes a que el evento comenzara.
Sentí un nudo en la garganta.  Supongo que algunas de ellas si son culpables de algún crimen.  Pero en este México donde la “justicia” está ligada a la condición social e intelectual de la gente, el estar ahí, con ellas, me movió.
La presentación comenzó con un grupo musical.  Canciones de la independencia dijeron que eran.  Su líder, casi no volteó a ver al grupo vestido de beige, a pesar de que el ánimo era más fuerte de ese lado.  Se oían aplausos y risas.  La última canción, “Vámonos” de José Alfredo, hizo cantar a todos.  Gritos de ¡Otra! ¡Otra! se escucharon de aquél lado y el organizador prometió regresar a un concierto decembrino.
Entonces comenzó la presentación-conversación del libro.  Reconocí el pelo negro y rizado de la presentadora.  Había sido mi maestra del diplomado en Historia de Querértaro.  La presentación pintaba mejor cada minuto.  Así me enteré que el libro se llamaba “Adictas a la insurgencia” y la autora se llama Celia Palacios.  La conversación entre las dos historiadoras fue fluida y entretenida.  Las anécdotas de las mujeres independentistas tenían al público cautivo.  Tanto la autora como la presentadora hablaron viendo a las internas directamente.

El libro había sido proporcionado con anterioridad a las reclusas y, en la ronda de preguntas y respuestas fueron muy participativas.  Incluso, la pregunta de “¿Porqué venir a la cárcel a presentar un libro?” logró que el público explotara en aplausos.  Celia Palacios se mostró muy receptiva a las preguntas y se veía contenta de estar ahí.
Compré el libro (100 pesitos) para la firma correspondiente.  Volvimos a recorrer las puertas andadas y después de firmar la salida, fui libre otra vez.
El título del libro, Adictas a la Insurgencia, era el cargo bajo el cual eran encarceladas las mujeres revolucionaras.  Para las mujeres de entonces, el querer ser libres no llegaba a ser considerado como una idea.  Porque las mujeres no piensan, sólo siguen como borregos. ¿Cierto?

domingo, 24 de octubre de 2010

Talleres, pasiones y piñatas


Estoy leyendo “El Testigo” de Juan Villoro y “Apuntes de un escritor malo” de Mauricio Bares.  Ambos, abordan de muy, pero MUY (quiero hacer hincapié en el MUY) diferente manera y forma el tema de los talleres de escritura.  Eso de leerlos juntos o el que tengan el tema en común, no fue a propósito.  Es algo que simplemente pasó. 
Este domingo, dos textos me conmovieron.  Tuve que limpiarme algunas lágrimas en mis cachetes y los pelitos de los brazos se me levantaron.  Y no, ninguno de esos textos son de estos autores publicados en papel.  El primero, trata de las experiencias de un extranjero en México.  Vivió en nuestro país dos años y le ha llegado el momento de volver.  En sus letras, más que lugares, está el sentimiento de pertenencia, de agradecimiento, de disfrutar al máximo un lugar. Lo que yo llamo vivir.  El segundo, es de la Nenamonstruo y habla de su feliz compulsión por escribir.  El texto lo pueden leer acá.
Ayer dejé mi taller de escritura.  Más que sentirme atorada, sentí que hasta ahí había llegado su labor.  También me harté de ser tan criticona.  Una cosa es entender qué está mal en un texto y otra, volverse obsesiva al respecto.  Mis obsesiones, no deben sacrificar la pasión.  Quiero leer textos apasionados como ésos, pero sobre todo, quiero escribir textos apasionados.
Ya pasó un año desde que mandé el trabajo a la verga y decidí dedicarme a escribir.  Las cosas no han salido como yo esperaba, sin que eso signifique que hayan salido mal. Simplemente, me vendé los ojos para pegarle a la piñata, cuando ésta todavía cuelga de muy arriba. 
Mis letras han cambiado, pero sobre todo, he cambiado yo.  Soy más tranquila y estable.  Leo más.  Río más.  He dejado algunas obsesiones y han nacido otras.  Gente ha entrado y salido de mi vida.  He tenido momentos muy tristes y me he sorprendido disfrutando de otros más. Sigo amaneciendo emputada -me caga despertarme- pero cada día que pasa, el mal humor se va más temprano.  Tengo la sospecha que en mucho de eso, ha tenido que ver mi amasiato, que encontré en el pinche taller de escritura.  Él también quiere pegarle a la piñata, aunque su palo es más grande (ejem).

jueves, 21 de octubre de 2010

Mi objetivo en la vida es conocer chicas lindas.


No.  Yo no escribí ese objetivo.  Lo leí en el currículum de un chamaco que quiere entrar al área de QA a la que le doy asesoría.  Por supuesto, me reí y tiré el papel a la basura. 
Camino a casa, me quedé pensando en el computito caliente.  O el tipo es muy tonto o tiene muchos huevos al poner eso en su “pasaporte al cambio de vida”.  Existe otra tercera opción: que el individuo sea inocente.  Y no lo digo en el sentido de “idiota”.   Lo digo en el sentido que no está maleado.
Crecemos, cogemos y nos hacemos “responsables”.  Vejez dicen unos.  Cansancio dicen otros.  La verdad es que comenzamos a tener miedo.  Miedo a perder lo construido, a que nuestra imagen se dañe ante la familia y amigos.  Miedo a quedar como idiotas. 
Llega una edad -casi siempre a los 25- en la que se espera que esas idioteces se queden atrás.  El equivocarse antes de los 25 se justifica: “esta chavito”.  Equivocarse a los 40, es una crisis de la edad.  ¿Qué estaba pensando en ingeniero?
Por eso, “maduramos” pisando sobre suelo firme.  Encontramos nuestro lugar en el mundo y puto el que se quite.
No llamé al chamaco a entrevista.  En realidad, está más para programador y ni modo de quemarme.

martes, 19 de octubre de 2010

Proyecto jardinístico


La última vez que papá estuvo en casa, me ordenó sugirió que consiguiera un albañil. Que te ponga todo el patio de cemento, dijo.  ¿Por qué? Contesté viendo el jardín todo desmadrado: hoyos, tierra y pasto irregular.  Pues mira cómo lo tienen tus perros; toda la tierra se mete a tu casa.
El proyectista de ese patio es Scampi.  En Manzanillo, ese güero de Jalpan aprendió que la tierra es más fresca al quitar las primeras capas.  Por eso, rasca las orillas de pasto que están contra la pared y bajo su casa.  Escarba moviendo con ritmo constante las patas delanteras y mete la nariz en la tierra.  Da tres vueltas y deja caer su panzota.  No le importa tener polvo sobre la nariz, se acuesta gozando la tierra fresca. 
Gazpacho apenas y escarba.  Cuando lo hace, utiliza una sola pata.  Más que escarbar, parece que acomoda la tierra.  Prefiere los hoyos grandes y acunados que están contra la pared.  Ahí se acuesta acurrucado, descansando el cuello sobre el borde del hoyo.
Hace un par de días descubrí a Scampi escondiendo un hueso en la tierra.  Todas las mañanas, cuando mis pasos apurados y mis gritos histéricos les avisan que es hora de irme a trabajar, salen a su patio y esperan sentados muy derechos por su hueso de carnaza.   Aquel día les di una carnaza grande, de esas que se tardan al menos una hora en roer.  Scampi enterró, en ese hueco junto a su casita, el hueso que le di.  Entonces se lanzó contra la carnaza de su hermano.  Gazpacho se hizo a un lado con las orejas abajo y fue a olisquear el cacho de tierra donde estaba enterrado el otro hueso.  El güero brincó a la tierra revuelta, escarbó y tomó su hueso escondido. Con los bigotes y el hueso llenos de tierra, se echó dándole las nalgas a su hermano y comenzó a comérselo utilizando las patas delanteras para sostenerlo.
¿Y luego en qué se divierten mis perros? Le contesté a papá.  El me hizo un gesto entre “a ver si ya tienes hijos” y “eres un caso perdido”.

jueves, 14 de octubre de 2010

Nuestra vida online IV o ¿Hay alguien ahí?

Antes que nada, recapitulemos:

En mi vida online I me jacto de ser una vieja zorra (ejem) y plateada del internet. Es un post autocomplaciente que debe leerse con precaución. Por fortuna, mi mente se aclaró en Mi vida online II. En esas líneas hablo de lo que he ganado y perdido por tener una vida online. Mi vida online III nació por un shock ideológico con un texto que encontré de mi idolazo, Juan Villoro.

Esa tercera entrega causó un enorme revuelo (es un decir) y hubo varios comentarios a favor, en contra y una abstención causada por la mariguana (¡HOLA Zónico!). Sin embargo, sus autores rescataron varias ideas sin orden que quisiera retomar.

Nueve Viento recuerda unas líneas de Villoro y hace una sabia analogía entre el futbol y las redes sociales (o nuestra vida online) con las que re-interpreto las palabras del escritor. En resumen, como sociedad tenemos la red social que merecemos. Y aquí, tristemente, tengo que admitir y compartir el hartazgo de Guffo y la tristeza de los hoygans de Dartle.

En este momento podría escupir al cielo (en diagonal) y maldecir a Carlos Slim (me debe varias). Puedo jurar que me importa muy poco cómo juzgue la historia, a ésta, la generación del internet. Que yo sigo con mis ochenta blogs y de aquí no me muevo. Lo cierto es que no quiero, que no me da la gana y que me preocupa.

Me preocupa, por un lado, que mis letras sean denigradas haber nacido en un blog. Por otro lado, me inquieta el volverme una cabezona berrinchuda en internet porque alguien ofendió a sus amigos imaginarios. Lilián lo dice sabiamente. Crecimos con él, perdimos el tiempo en él y hasta nos hicimos amiguitos utilizándolo. ¿Cómo no amarlo? ¿Cómo no defenderlo?

Pero hay que desenchufarse un rato y voltear a ver a la experiencia. Entender que existe algo más allá de un secuestro. Yo considero a Villoro de los mejores retratistas -en letras- de la sociedad mexicana. Algo sabe el viejo lobo y por eso, escucharé lo que tiene que decir.

Mi berrinche, puede ser kilométrico, pero también puede rebotar y no regresar otra cosa que eco. Me convertiría en un pinche twitter que lo mismo insulta a Calderón o a PauRubio.

Sigo pensando que el internet es el medio, no el fin. Hoy, Hernán lo dijo con sabias y hermosas palabras:
Es posible que en los últimos diez años hayamos perdido un poco de esa dicha, todos sentados a solas delante de un monitor. La nueva parafernalia, las primeras lucecitas de internet nos enloquecieron bastante. Dejamos de oler tinta con pasión, dejamos de escribir textos largos, los medios se convirtieron en empresas tristes, accionarias, reaccionarias. Perdimos el estatus de lectores y nos convertimos en la moneda de cambio entre el multimedio y el aupiciante. Entre el hambre y las ganas de comer.

Pero al mismo tiempo es verdad: el mundo digital es mejor que el analógico. ¡Pero solamente en sus formatos y en su velocidad, por el amor de Dios! No en contenidos, no en serenidad.
La verdad es que no me gusta el muro que se está levantando entre las letras cibernéticas y las letras en papel. Ya bastantes barreras tenemos como sociedad para añadirle una más. Por eso, me siento orgullosa de gente como Ángel BC, un caballero que se montó al corcel y está dispuesto a aguantar a los viejitos que piden una mayor explicación y a las viejas histéricas que exigimos programas de contenido menos explicativo.

Hay evidencias que no todo está tan perdido. Escritores respetados como Chimal o BEF montan con mayor gracia y soltura este caballote. Amontonados y bien amiguis, llega el pelotón monero / webcomiquero organizando pedas, exposiciones y congresos. ¿Y los bloggeros escritores?

No puedo dejar de mencionar el fenómeno que es Hernán Casciari. El caballero más pesado -y no sólo por su tamaño- del blog en español. Para los lectores que han vivido haciendo granjitas de facebook, les cuento. En el 2000, abrió un blogonovela sobre una mujer gorda. El sitio tenía tantas visitas que tiró el servidor. De ahí vinieron libros, publicaciones semanales en periódicos y revistas y otra de teatro. Hernán lo tiene muy claro; lo que quiere es escribir de lo que le da la gana y vivir de ello. Ahora, quiere distribuir su revista (sí, de papel) por el mundo y bajo sus reglas. Yo predigo éxito en la misión. Sus últimos posts en Orsai son realmente inspiradores. Tanto, que deberían dejar de leerme y largarse de aquí.

A los que siguen aquí (gracias, snif) les aviso. Debido a esa reflexión Villoro-Casciariezca, este blog, que nació como un sitio personal, cambia en cuanto su contenido. Ya sé que me lo cargo a cada rato, pero siempre lo retomo como un diario de quinceañera. Desde mañana, el exhibicionismo se queda acá. Probablemente, aquel sitio sea actualizado con más frecuencia. Tengo ese ególatra vicio de ser la protagonista de mis letras. Esta vez, tampoco haré borrón y archivado. No tengo tiempo, já.

Por el momento, aquí dejo el tema. Por último, sería bueno saber, si hay alguien ahí o que tanto rebota el eco.

¡Pasteles felices! ¡Amor para todos! :)


Nunca había probado la mariguana.  Corrijo: nunca había sentido los efectos de la mariguana.  Un tiempo, no lo niego, por fresa.  Cuando por fin me decidí, mi incapacidad hereditaria para fumar me lo negó.  Lo intenté con pipas y con cigarros.  Pero nada.  Sólo me tocaba quedarme sentada en un rincón, y ver a los demás reírse como poseídos por el payaso.
Desesperada, el domingo pasado compré un molde para hacer pastel y un paquetito amarillo de harina chocolateada.  De esos con instrucciones de “sólo agregue leche, huevo y tírese a ver la novela de la tarde, vieja fodonga”.  Antes de continuar con la historia pacheca, quiero hacer una pausa.  No me gustaría que, el haber hecho pastel de cajita, manche la respetable imagen que se tiene sobre mí como cocinera. No se confunda: yo hago unos brownies deliciosos.  Esponjaditos, la cantidad exacta de mantequilla, con nuez y azúcar glass.  La cosa es que había que comprar muchos ingredientes y yo sólo tenía leche, huevo y mariguana.
La mariguana horneada es deliciosa.  Le da al chocolate ese sabor fuerte que contrasta con el cacao amargo y el azúcar.  Como el chocolate con chile de los aztecas, o los chocomints de Seinfield.  Yo le espolvoreé un poco en la superficie y esa quedó doradita.
El efecto se siente casi dos horas después, cuando se hace bien la digestión.  Mi amasiato y yo estábamos viendo una película cuando la maría nos llegó al cerebro.  De pronto, los personajes comenzaron a verse en con más definición, como en Bluray con televisionsota de HD.  Oooralee.  Cuando se acabó la película comenzamos a platicar sobre los personajes, la trama, la forma de contarla.  También reflexionamos sobre la guerra civil española. 
En realidad, no sé de qué chingados hablamos, sólo sé que comenzamos a reírnos.  Sólo recuerdo que le decía que no se riera, que me daba risa.  Y él me contestaba que de qué me reía.  De pronto, los sentidos se hicieron más presentes y la mente más ausente. Las ideas avanzan tan rápido que mis pensamientos andaban en hipervínculo, dejando mochas las ideas iniciales.  
Cuando pegó más fuerte, me dio por escribir.  Entonces, las letras pasaban por mi cabeza y por mi mente a un chingo por hora.  Los ¿oyes eso? se hicieron presentes y la risa de idiota, incontrolable.
Quiero confesar que todo esto de volver mariguano a mi viejo tenía un motivo oculto: me habían dicho que la palabra coger adquiere una nueva dimensión estando high.
Y VAYA QUE LO ES.  Por ahora, no digo más.
Después hice el ridículo más grande de mi vida, nos dormimos y tuve un chingo de sueños que me hicieron gritar, estamparme contra pisos y rebotar en mil burbujas, ser correteada por soldados después de haber sido frontwoman en un concierto de rock y por supuesto, volar.
Al día siguiente, me sentía desvelada pero feliz.  Muy feliz, como cuando te enamoras y pasas la primera noche entrepiernados.  Feliz de ir abrazados contra el aire frío, feliz de amors.  Si no me creen, científicos ingleses confirman mi sentir.
Así que como dicen los de Nike, Just Do It.

martes, 12 de octubre de 2010

La raíz griega de Rox


Había llovido. Guadalajara amanecía con neblina y ese olor a tierra mojada del tantas canciones se han hecho.  Me puse un abrigo largo sobre la pijama, bufanda y tenis.  Palomo ya estaba brincando en la puerta.  Todos los días, sin importar el clima o las horas dormidas lo sacaba a cagar antes de las 8 am. 
Caminé hasta un canal de agua en donde crecían plantas silvestres.  Solté a Palomo, ensalivé mis dedos y los llevé a mis ojos para quitarme las legañas.  Mientras veía a Palomo mear, pensaba en esa aspiradora ultrapotente que dejaba la basura en agüita y que costaba 3 mil pesos.  Tenía que dar el anticipo saliendo de trabajar.  Escuché mi nombre y volteé.  Una pelirroja de labios cereza me saludaba. Era Laura, mi maestra de Etimologías Grecolatinas de la preparatoria. Llevaba un abrigo negro con peluche en el cuello y su pelo esponjado estaba contenido por una diadema.
Me contó que aún seguía dando clases en la misma preparatoria y, como suele ocurrir en esos encuentros a años luz, me preguntó que había hecho de mi vida ¿Cómo resumes siete años de tu vida en tres minutos? Estudié y terminé la carrera de Informática y dos años después me casé.  Si, Palomo es mi bebé.  Mi marido está en casa alistándose para irse a trabajar.  Claro que yo también trabajo maestra.  Programo para vivir y me gusta mucho.  Mi hermana sigue estudiando y es igual de platicadora que cuando la conoció.
Nos abrazamos y la maestra Laura me dejó un beso cereza en la mejilla.  Ella fue una de mis primeras rol-model femeninas.  A sus cuarenta y tantos seguía soltera.  Para algunas de mis compañeras -y sus madres-, el estar “no casada” era un estado social inaceptable.  ¿Cómo podía vivir así?  En algún viaje de la escuela, la maestra Laura nos dijo cómo: viajando, viviendo en otros lugares del mundo, estudiando lo que te apasiona, conociendo gente que te mueve.
Llamé a Palomo y regresé a casa pensando en el resumen de mi vida.  Tenía 25 y todo había salido conforme a lo planeado por mis padres, mis abuelos, sus abuelos y todos mis ancestros.  Un retortijón en la panza me acompañó todo el día en el trabajo.  Aquella mañana, no sólo me encontré a mi maestra de etimologías.  Me encontré a mi misma; a esa Rox que nunca existiría.  
Por la tarde, llamé a la vendedora de aspiradoras y cancelé mi pedido.

jueves, 7 de octubre de 2010

La noche perfecta en el DF


1. Panadería La Ideal
Mi abuelo Hermilo era joyero y tenía su taller en el mero centro del Distrito Federal.  Por las noches, llegaba a casa con una caja de cartón adornada con la imitación de un azulejo blanco y flores azules.  Era pan de La Ideal; la pura vida en caja.  Mi pan favorito era el de muerto.  Además del placer obsceno de sopearlo en el chocolate, ese pan guardaba una sorpresa entre la harina con sabor a mantequilla: una calaquita de plástico para colgarla del cuello.  Entre más grande era el pan, mas grande era la calaca.  Mi abuelo tenía que comprar dos enormes panes, para sus dos consentidas nietas.
2. Donceles
La librería de viejo olía a polvo y papel... viejo.  Sus paredes estaban llenas de envidia.  Fui directo a la G de Garibay, tomé los 5 libros que había y me tiré al suelo a ojearlos.  Eran ediciones viejas con letra de máquina de escribir.  Todos esos libros habían pertenecido al mismo individuo; lo sé porque tenía rayoneado con su nombre la primera hoja de cada libro. ¿Porque los vendió? Tal vez murió y sus hijos, ese par de incultos, los vendieron por 3 pesos.  O quizá el pobre se tuvo que mudar a un asilo y reducir las pertenencias de toda una vida a una recámara.  Sabe pues.  Esa noche decidí heredar mis libros de Garibay a quien de verdad los aprecie.
3. Café Chino - mexicano
Salimos de la librería siguiendo una caja de la panadería La Ideal.  Cuando llegamos a ese expendio de placer, sólo había galletas.  Como nuestras lenguas ya babeaban por una dotación de azúcar, decidimos ir a un café.  Un "¡café de chinos!" grité emocionada.  Nuestra guía nos llevó a la Pérgola, donde lo único chino, es el café.  El restaurant, adornado con papel picado de colores patrios, estaba hasta su madre.  Un anuncio de "no se vende alcohol a uniformados, niños o sin alimentos" nos hizo la noche con divagaciones estúpidas de los uniformados y de los niños sin uniforme.  Cantamos con el mariachi y sopeamos nuestro tan ansiado pan en el café chino.  Me quedé con ganas de comer enchiladas o molletes que ofrecía su menú; aún estábamos llenos de la birria de La Polar.
4. El centro del DF
Me gustan las ciudades.  Necesito ruido, apachurrones, gente rara, borrachos tirados en la calle, olor a basura, suciedad y si hay decadencia, mejor.  Pero sobre todo, me gustan las ciudades viejas.  Y el DF, con sus 500 años de historia, vaya que lo es.  Cuando viajaba por Europa, pensaba en lo que había pasado en esas calles, lo que habían visto esas paredes altas de muros anchos.  También pensaba que sería muy chingón contarle a alguien lo que había pasado en esas calles o porqué se llamaban así.  
-Motolinía era un padrecito protector de indios- le dije a mi amancebado mientras caminaba de brazo por el paseo peatonal que ahora lleva su nombre.  Él me sonrió y cuidó que nadie me nalgueara mientras tomaba la foto perfecta de una noche en el Distrito Federal.


Mi vida online III o No señor Villoro.

Nuestros autores favoritos son algo una mezcla de gurús y dioses. Es un amigo que no sabe de nuestra vida pero que, en cierta manera, le da una línea. Algo así es para mí Juan Villoro. Antes de conocerlo en la FIL del año pasado, sólo había leído "Dios es redondo". Ahora me faltan acaso un par de libros suyos por leer. Mi favorito, por si se lo preguntan, es "Materia dispuesta".

De Villoro admiro su inteligencia, su sentido del humor, la manera directa de decir las cosas. Su pasión por las letras se le nota en los ojos y cae en sus palabras. Por eso, sigo sus artículos en internet y atasco el timeline de mis amigos imaginarios con sus textos. Sin embargo, hoy leí este artículo suyo, derivado de una suplantación de identidad auspiciada por Facebook, que me hizo reflexionar.

En el futuro todos seremos imbéciles. No me refiero a un deterioro de la especie, sino a la imagen colectiva que posiblemente dejará nuestra época. Si los arqueólogos del porvenir estudian nuestro comportamiento virtual, encontrarán una civilización del equívoco. Imaginemos que los libros desaparecen y las únicas pruebas de nuestro paso por la Tierra son los mensajes digitales. En ese horizonte sombrío, Wikipedia, Facebook y Twitter tendrían la importancia del Código Hammurabi, la piedra Rosetta y las inscripciones cuneiformes en el palacio de Nabucodonosor II. (...)

No hay identidad a salvo. Cualquiera puede suplantar a cualquiera. El resultado es el opuesto al del carnaval. Las máscaras venecianas permiten una rara sinceridad; al amparo de un disfraz, se puede decir lo que uno desea sin que eso resulte comprometedor. En cambio, en Facebook no te vuelves Yolanda para ser tú mismo sino para desprestigiarla a ella. Nunca la inexactitud había dejado tantos rastros.

Juan Villoro sigue teniendo mi respeto y admiración, pero no comparto su opinión sobre redes sociales y en general, lo que llama "comportamiento virtual". Como blogger, estoy muy orgullosa de las letras que he escrito y que se encuentran atascando bytes de servidores gringos. Desde hace seis años, pocas cosas son las que he dejado sin publicar.

Tengo cachos de mi vida -y de mi mente- repartida en posts y me siento muy orgullosa de ello. Quien me lee, puede tener opiniones (buenas o malas) sobre mi redacción, mi forma de pensar o la fealdad de mi cara. Sin embargo, no debiera dudarse de la sinceridad de estas letras.

Señor Villoro: somos muchos los que pertenecemos a esa otra cara de la moneda. Los que no somos ni suplantadores de identidad, trolls profesionales, o estafadores. Detrás de los medios de comunicación -llámese radio, periódicos o internet- hay gente. Hay quienes construyen y transforman.

Si mi artículo en la Wikipedia (que aun no existe) indica que fui -o soy- bisexual, amante de los gatos o emperadora de los interwebs, me tiene sin cuidado. Con que hasta abajo estén las ligas a mis 50 blogs, me doy por bien pagada.

 

 

PD. Por cierto, el blog de chismes personales se ha mudando a posteriuouuious.  Avisados están stalkers.

lunes, 4 de octubre de 2010

El microbús de la muerteeee!


Warning: El siguiente post está lleno de lugares comunes, clichés y provincianadas.  ¿Pero de que otro modo se puede escribir sobre el microbús de la muerte al que me subí en el Distrito Federal?
El viernes pasado por la noche, el macrobús chilango nos vomitó en el parador de La Raza.  La lluvia que nos persiguió por todo Insurgentes, se hizo presente en el puente de la citada estación. Instalada en mi papel de diva-viajera-conocedora-de-ciudades, guié con paso firme a mi querido amancebado al parador de microbuses (equivocado).  Con la cabeza gacha (la lluvia había arreciado) admití mi error y volvimos a cruzar el puente que evita que atropellen chilangos en insurgentes hacia el parador correcto. Un poco mojados, trepamos a un microbús que era promovido por el gerente promotor de microbuses con alaridos de "Subaseeeee Vallejo-La Curva Subaseeeee". 
Para quien no conozca la avenida Vallejo les diré que es una de las arterias del norte de la ciudad que conectan a Chilangolandia con el Estado de México.  Hasta hace algunos meses, la avenida constaba de 16 carriles de ida y 16 de vuelta.  Admito que ese ancho es relativo a mis ojos pueblerinos que se asustan al ver tanto coche estacionado, edádedió.  Supongamos que la medida correcta era 4 y 4.  Y digo era, porque a Ebrad gracias, el macrobús pasará por la congestionada avenida.
Pero aún no pasa.  El multipresumido sistema de transporte está en construcción y el tráfico en Vallejo se limita a 2 carriles de ida y 2 de vuelta.  Estos carriles están separados por unos tambos de plástico naranjas cuya función es prevenir que se invada el carril que va en sentido contrario y salga uno fotografiado en el Alarma!
Así que íbamos trepados en el micro, muy sentaditos en uno de esos sillones largos desde donde se mira al chofer mentar madres.  El micro no tenía nada de especial: peluchito en el tablero, la virgencita con lentejuelas, las frases chuscas pintadas en la pared.  Si acaso, la edad veinteañera del chofer y la música electrónica salvaban un poquito al microbús de la muerte de ser un cliché citadino.
El microbús de la muerte arrancó con el pasaje de sentado lleno y el punchispunchis a todo volumen.  Dio vuelta en Vallejo y el horror comenzó.  A través del parabrisas mal-limpiado, pude ver montón de luces estacionadas.  Suspiré pensando en los pambazos fríos que nos esperaban dentro de un par de horas en casa de miagüelita.  Pero el chofer no pensó lo mismo.
Esquivando los contenedores rojos cual adolescente a sus padres, el chofer manejó kilómetros en sentido contrario antes de llegar a un semáforo / intersección.  Entonces, se metía justo al frente de la fila chingándose a todos los conductores que respetan la vida de los demás. Les dejo una gráfica informativa, porque aún me pongo nerviosa cuando recuerdo la experiencia cercana a la muerte.
Micro
Ya sé lo que van a decir: imposible que recorra kilómetros, la construcción no abarca más de N kilómetros.  Pero las leyes de la longitud física indican que, si va uno en sentido contrario e invadiendo carriles como loco desquiciado, cada metro se convierte en kilómetros.
El chofer se dio el lujo de orillarse a la orilla y subir más gente, hasta llevar a algunos valientes en la clásica posición de "mosca". El trayecto lo recorrí abrazada de mi amancebado, en parte por el apachurramiento y en parte, por miedo. Obviamente, llegamos sanos y salvos hasta la colonia de miagüelita.  Yo quería hacer una demanda ciudadana ante las delegación Gustavo A. Madero, pero me acordé que tenía que tomar otro microbús. 
Así que mejor hice este post.