sábado, 1 de octubre de 2016

Un enorme déjà vu llamado Barcelona

Volví a España, esta vez vía Barcelona.  La misión era asistir a un evento de Schibsted, multinacional a la que pertenece mi adorado trabajo (segundamano), en la que la gente de Tech & Product de todo el mundo asistiríamos.  Pero yo llegué antes.

Muchos saben que corazón es madrileño.  Hace 11 años viví ahí y lo amaba.  Ahí comencé a decir QUÉ en vez del chafísima mande, a pintarme el pelo de colores, a ser realmente independiente y llorar por ver el ballet en la calle.  Amaba sus "nada, ¡guapa!", sus bares, sus gritos, sus papeles tirados en el piso del bar.  Adoraba hasta lo que los demás odian: los olores en el metro, la rudeza al atender, su tono alto de voz y su acento en el que a veces parece que no se enteran.  Y Barcelona es Cataluña no Madrí, pero que me vas a venir a decir a mí, con su cielo azul inmenso, lo volví a sentir así.


Megahíper déjà vu

Volví a tener 29 y a fiestear todas las noches. En la primera para quitarnos el jetlag, con mis hermanitos de Segundamano.  Me encanta que nos habíamos visto 4 días antes y nos abrazamos como si fuera una eternidad.  La segunda, con unos madrileños que me encontré en el la fiesta del Poble Espanyol y con quienes terminé en un kareoke cantando a Juan Gabriel. La tercera con unos polacos que querían bailar salsa. La cuarta, de vuelta de las fiestas de la Mercè en la que iba a ver ballet y el hambre me llevó a uno de esos cafés tradicionales y de ahí Juan Gabriel me llevó a lugar con mariachi y después al barecito debajo de mi hogar temporal (Airbnb) porque debes de ir al bar de tu casa. Y la última noche, mas temprano porque al día siguiente había que volver, vi los fuegos artificiales en la playa (donde sufrí porque la vida es tan injusta *chiste local, te extrané Reinux*)





Caminaba sola, de noche y algo dentro me explotaba al volverme a sentir tan libre.  Con el clima tibio y mis vestidos (ahora mexicanos).  El pelo recogido y una dosis de borracha. 

Y comí. Oh, sí que comí.  En los buffet del evento con su pan tumaca y su jamoncito.  Y no se diga en la fiesta en la que los cuchilleros nos rebanaban todos los platos de jabugo de bellota.  Yo me zampé tres platos. Cañas siempre que podía, olivas deliciosas. Mil y un tapas, pimientos padrón, tortilla y claro! unas crepas de ese limón que no es ácido con vino blanco.  Los chipirones no estaban taaaan vascos pero, por decir chipirón valen la pena los 4.5 Euros


Siempre he sido ñoña pero además, ahora soy agilista y conocí a la comunidad catalana.  Dí una charla y platicamos sobre el cambio organizacional.  Asistí al Data Insights Day aunque mis conocimientos de data son mínimos, me encanta convivir con gente apasionada.  Y el Schibsted Reboot en el que conocí a mis primos agilistas.  Ellos son más.  Yo soy la única de México y me presentaban así: La Scrum Máster de México y me sentía como Miss o algo así.  La energía era fuerte, mis superjefazos chingones, me transmitieron una visión de futuro muy motivante.  Hubo conferencias de todo, pero sin duda, me quedo con las pláticas con mis compis ágiles y recuerdo cuando en la fiesta se me salió el acento gachupín a fuerza de sangrías.  Hasta a una sesión de trabajo me invitaron, así que cruda, con la cara deslavada y tres bolsas bajo los ojos, llegué.  Me encanta formar parte de esta gran familia.  Esta startup de ciento y pico de años.


 

Fui a las fiestas de la Mercè y lloré con el ballet.  Me apachurraron en una música que no estaba ni tan chingona y envidié tanto a los Castellers que celebraban por las calles y lloraban juntos la derrota. Qué increíble sentido de comunidad.  Caminando me encontraba pequeñas maravillas, desde música, vino debajo del arco del triunfo hasta tienditas en las que quería gastarme todo.  Ahora hay más ciclovías y creo que son más petfriendly.



Volví a la CDMX y me enfermé.  Entonces le sentencié a mi maridaje: en un año, quien sabe cómo, a Barcelona con todo y perros. Ahí los dejan entrar al metro.