jueves, 27 de enero de 2011

Facturación Computita II


Eran las 10 de la noche y la pinche aplicacioncita aún no funcionaba.  La presentación, en el DF, era al día siguiente.  El cliente había vuelto a cambiar de opinión pornosequeputa vez.  ¡Ya le hacía falta emoción a nuestras vidas!, le dije a uno de mis compañeros que, desesperado, se arrancaba los pelos. Nooo Rox, ese tipo de emociones no me gustan, me contestó aventando el respaldo de su silla a una posición que masa y gravedad se hacen complot. 
No es extraño que los clientes se comporten como divas de esas que usan el pelo en alto y collares de perlas.  Collares que nos enredan en el cuello y si nos descuidamos, intentan meterlas por el cuchiflaís. 
Yo no tenía que estar ahí, en ese proyecto.  Sólo iba a documentar las pruebas, no a ejecutarlas.  Pero los demonios computitos no perdonan y por andar de habladora, terminé editando configuraciones con vi, pervirtiéndome con linux y correteando gente. 
Un retraso significaba pérdida: la mitad de la empresa se iría a vender tamales (negocio que sólo es bueno sólo en invierno).  Eso dijeron en la fría y hermosa sala de juntas.  Me gusta mucho esa sala de juntas porque podemos rayar las paredes.  Entonces, cuando alguien dice ¿Qué no entiendes cabrón?, se levanta golpeando la mesa de vidrio con los puños, toma un plumón de esos de olor adictivo y se pone a dibujar diagramitas… o algo así.
Las juntas urgentes al cinco para las siete se volvieron algo común.  Los “ya nomás falta poquito” nos acosaron los últimos 15 días. 
Casi se terminaba el año cuando logramos que el cliente nos diera el tan ansiado “thumps up”.  Cuando nos enteramos, no hubo gran alboroto, borrachera o abrazos de felicitación.  Supongo que estábamos muy cansados.  Además, el resultado era previsible.  Como cuando sabes que un novio te va a mandar a la chingada (pero al revés): sólo había que esperar.
He comenzado a creer que los computitos de este lugar somos masoquistas.  Que no sabremos qué hacer cuando deje de haber pedos.  Que somos adictos a la adrenalina y a las misiones casi imposibles.  Todo para tener equipos con cool names como "swat team".

miércoles, 19 de enero de 2011

Facturación computita


Monterrey, mayo de 1998.  Era la primera vez que viajaba en avión sola y estaba un poco nerviosa. Checaba, un minuto sí y el otro también, un disquete de 3 1/2 en cuyos bytes había código fuente. No había desayunado y se me antojaban unos huevos divorciados. ¿Me alcanzarían los viáticos para el Wings? En el aeropuerto y por la hora inmoral del vuelo, había muchos ejecutivos enfundados en su traje gris y ahorcados con corbatas y responsabilidades.  Con seguridad, volverían el mismo día.  Yo también.  Mi objetivo en regiolandia, era instalar un programita de facturación que había desarrollado. Todos los ifs, else, whiles y arreglos mal declarados de esa mini-aplicación eran míos y de nadie más.  Me aguanté el hambre y no entré al Wings, no me fuera a dejar el avión.
Hacienda va a comenzar a permitir a las empresas impriman sus propias facturas, me había dicho mi jefe unos meses antes.  Me explicó el control de folios que había que tener, cálculos de impuestos y consideraciones de las plantillas de impresión.
Cuando terminé de programar, Fernando (mi jefe) me dirigió una mirada de satisfacción. Al final, no había resultado tan güey.  Tal vez por eso, me mandó a instalarlo a Monterrey.  Me recibió, en la puerta de la empresa regia (cuyo no puedo recordar) la Gerenta de Sistemas (tampoco me acuerdo de su nombre, pero tenía un largo pelo esponjado).  No sé si estaba emocionada por la nueva aplicación que llevaba en mi bolsa o su personalidad era muy efusiva, pero estaba encantada de tenerme ahí.
Durante la mañana, instalé y configuré el sistema.  El hambre apachurraba mis tripas. Debí haber entrado al Wings, me pendejeaba a cada rato.  Cuando por fin llegó el medio día, la Gerenta me llevó a tragar a un bufete de carnes asadas.  Me platicó que era fanática del Monterrey (¿o de los tigres?) y que se iba a casar (¿o se había casado?). Hablamos de todo (al menos lo hablable en un primer encuentro), menos de sistemas. Por la tarde, terminé de configurar la aplicación y emitimos nuestra primera factura en impresora de matriz (para que calcara la copia).  Todo salió perfecto.  Nos abrazamos, besamos y me subió a un taxi que me llevó al aeropuerto, donde un avión me regresó a Guadalajara, donde me recogieron mis papás y me llevaron a casa a dormir.  Al día siguiente comí huevos divorciados.
Esa fue la primera vez que atestigüé cómo algo que yo había programado, servía para algo.  Al menos, para algo útil, ya que los programitas de la universidad eran sólo para pasar materias.  Yo había creado algo que emitía facturas.  Amaizinnnnn.
Querétaro, enero 2011.  Después de tres meses de pruebas, bolas de stress en los hombros (gracias SAT), servidores en el extranjero, certificaciones mareadoras, entregas contra el tiempo, más stress, presentaciones nerviosas, equipos madreados, respaldos inexistentes, etcéteras, la facturación electrónica se ha llevado mi estabilidad mental. 
Creo que ya me merezco esos huevos divorciados. (También quiero a mi mami)

viernes, 7 de enero de 2011

Little Boxes


Les llaman Little Boxes a las casas de los suburbios. Una tras otra, las casitas se copian y reproducen como si al arquitecto que las diseñó se le hubieran acabado las ideas y lo mejor que pudo hacer es cambiarles de color.  
Yo vivo en una de esas Little Boxes. Y para acabarla de chingar, es de color salmón.
Aunque no, no es un suburbio queretano.  De hecho, el fraccionamiento está encajado entre las vías del tren, una colonia popular de calles empedradas, angostas y descuadradas y otra colonia que, hace unos 15 años (imagino) sus compradores pensaron que hacían el negocio de bienes raíces de su vida.  Ahora, esa colonia tiene muchas casas abandonadas.
Separando mi fraccionamiento de las otras colonias hay (o había) rejas de alambrado con puertas.  Puertas sin portero, eso sí.  La reja B la cierran como a las 12 de la noche.  Así que si llega uno borracho y enfiestado, sólo es posible entrar por la reja A, que tiene dos entradas.  La entrada A2 no tiene puerta (y por lo tanto no se cierra, dhu) y la reja A1, en algún momento tuvo puerta, pero un borracho tuvo el buen gusto de estamparse y tirarla.
Pero las rejas siguen ahí.  Como un muro de Berlín.  Como la que escalan los mojados pa´l norte.  Como la mexicanísima división entre prietos y blancos, guapos y feos, pobres y ricos.
¿Piensan cerrar el fraccionamiento? No, me contestaron cuando decidí mudarme.  Pero las rejas están ahí, para estúpida tranquilidad de algunos.  Para otros, supongo, el pasar esas rejas los hace sentir mejores.  Mejores porque tienen gas entubado y servicios ocultos.  Mejores porque pueden construir otro muro, rodeando su casa, para así evitar miradas curiosas y deseosas de los amantes de lo ajeno aka “los de afuera”.
Y es que los de afuera son borrachos, drogadictos y buenos para nada, de acuerdo al periódico de los colonos.  "Tengan cuidado con quien andan sus hijos" nos comunica el presidente/dictador.  Si por él fuera, cerraba el fraccionamiento.  Pero no puede.  No puede porque hay algunas casas de "los de afuera" mezcladas entre las nuestras.  
Esas casas, son todas diferentes.  Una tiene naranjos, limones y mil plantas más.  Otra, tiene exceso de cemento.  Algunas están a medio construir y alguna tiene el clásico cuartito extra en el techo, porque la familia creció de más.  Incluso, hay una frankensteinezca, en la que juntaron una Little Box con una casa normal. 

Yo no sé si los que viven en esa casa son “gentes de bien”.  Pero tampoco doy dos pesos por los que vivimos en una Little Box.

Little boxes on the hillside, little boxes all the same
There’s a green one and a pink one and a blue one and a yellow one
And they’re all made out of ticky tacky and they all look just the same.And the people in the houses all went to the university where they were put in boxes and they came out all the same,
And there’s doctors and there’s lawyers, and business executives
And they’re all made out of ticky tacky and they all look just the same.

La Recogeperros (Diarios del Fin del Mundo)

El lunes me llegan copias de la segunda edición de Diarios del Fin del Mundo. Además de los cuentos de la edición pasada, vienen nuevos cuentos:

21. COMISARIO Damián Carrillo
22. LA RECOGEPERROS Rox
23. LA HIEROFANTE Luis M. Osorio
24. LA SEÑORA NALGONA Guffo
25. FAMÉLICO Zónico
26. EJIDATARIO Manuel Iguiniz
27. CANDIDATO Andrei Vásquez
28. LOS QUE SE BESAN Luis M. Osorio
29. ASTRONAUTA Luis

Ahí les va un cachito del mío, que como anuncié, tiene sangre y perros.

La epidemia comenzó el mismo día que la menstruación. Un día antes encontré a la Negra. Acurrucada en una esquina, la perra trataba de no mojarse y al mismo tiempo evitar las patadas de la gente que caminaba con prisa. Nadie se detuvo ante esa mancha negra y temblorosa, supongo que por eso, la perra me miró con los ojos bien abiertos cuando de cuclillas, la acaricié. La Negra curveó aún más su espalda y aunque estaba tensa, me dejó levantarla.
Al llegar a casa, los gritos de mamá desde la cocina me anticiparon tragedia. Puse a la Negra en el piso detrás de un sillón y me dispuse a recibir su regaño. Mamá me recriminaba la tardanza, mojar el uniforme y remató con un “Y seguramente ni la leche trajiste”. Siempre pensé que mamá disfrutaba enormidades al remarcar mis faltas, por pequeñas que éstas fueran.
Apesta a perro mojado, ¿Qué trajiste? dijo mamá interrumpiendo su regaño. Y como contestando a su llamado, la Negra ladró. Mamá abrió la boca y encendió los ojos. Tomé a la perra y corrí al cuarto.
A pesar de los gritos desde la cocina, aquella noche no cené y sólo bajé de madrugada por leche para mí y para la Negra. Tampoco vi televisión, así que no me enteré que el Presidente había suspendido clases en cadena nacional.
Me desperté temprano, no quería tentar a mi suerte y hacer enojar a mamá por floja. Servía un plato de cornflakes cuando escuché los tacones acelerados de mamá bajar por las escaleras. Ya esperaba la continuación del regaño debido a la Negra, pero mamá pasó corriendo por la cocina y sin mirarme me informó que no había clases. Me ordenó que no saliera y escuché cómo el coche rechinaba las llantas. Agregué mayonesa al cereal y comí.

Los queretanos pueden apartarlo a rossymr@gmail.com y la siguiente semana los entrego en alguna cantina. (150 pesitos)

lunes, 3 de enero de 2011

Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador

“Me siento como la Julia Roberts de la literatura” dijo Margo Glantz al recibir el premio FIL del año pasado. Tan curiosa fue la ocurrencia de la escritora octogenaria, que se repitió en todos los periódicos y sitios de internet que relataron los pormenores de la afamada feria de libros. En las fotografías, la autora se veía feliz, gozando su momento; como Julia Roberts cuando ganó el Oscar.

¿Quién es esa señora que se compara con una artistita hollywoodense? ¿Por qué, cuando tanto escritor toma una pose de intelectual incomprendido, esta viejita sale con banalidades del espectáculo?

En Colofón encontré “Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador” y comencé a leerlo. Media hora después, ¿la autobiografía? ¿el ensayo sobre los zapatos? ¿el conjunto de viajes, quejas y enfermedades de una señora bien? me tenía atrapada.

Por supuesto, compré el libro. En “Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador” encontré, antes que nada, libertad. Libertad de género literario que comprueba que lo que está hermosamente escrito no necesita la etiqueta de ensayo, novela o crónica. Libertad de una mujer que relata, cómo transcurrió su infancia entre zapatos de segunda, cómo nació su amor-rechazo por los zapatos de Salvatore Ferragamo y por qué es importante que ella, Nora García, se siente a escribir utilizando zapatos de diseñador. Libertad de narrar: lo mismo nos cuenta de sus perros muertos, de sus viajes y residencia en Londres, que de sus amores fallidos, de tener sexo mientras amamanta a su hijo (y masturbarse cuando se acuerda) y de la angustia que le provoca una mamografía. Margo Glantz utiliza lo mismo un chingado, que palabrería en francés e inglés. Revuelve palabras, las desbarata, las analiza, las reconstruye.

Además de la libertad, celebro la inteligencia y el sentido del humor de la autora. Los zapatos de diseñador, es un tema frívolo, apto para revistas como Vanidades o Cosmopolitan. Pero para la autora son el pretexto ideal para contar la historia de una mujer, el dolor de caminar, los lugares por donde anda, la salud de quien los porta. Margo Glantz no tiene empacho en utilizar referencias poperas como sex & the city, o burlarse de la baba que le escurre a la protagonista, Nora García, por culpa de una prótesis dental. Y es que como dice la autora en el punto 7 del primer capítulo del libro. “Es hora de confesar que esta historia es autobiográfica, y por tanto profundamente sincera.”

Buscando sobre la Glantz en internet, me encuentro que ella define su escritura como nómada. Que comenzó a escribir a los treinta y tantos y que sus textos tienen una alta dosis autobiográfica.

Desde ya soy fan de La Glantz y me maldigo por no haberla leído antes.