viernes, 5 de octubre de 2012

Learning to walk again

No es la primera vez. Este sentimiento de descorazonamiento lo sentí antes: cuando me divorcié, cuando volví de España, cuando me alejé de gente que fue importante en mi vida. Sé lo que es caer en una espiral de enojo, tristeza, desesperación, impotencia. Lo inaudito es que ahora haya sucedido por el trabajo.

El trabajo. Se supone que sólo sirve para darme de comer y comprar porquerías que hacen que el mundo siga girando, ¿no? Por fortuna –o infortunio dirán algunos- mi trabajo no es eso para mí. Hace un par de años, me transformé (¿o me transformaron?) no en una workohólica, sino en una madrastra. (Iba a poner madre, pero luego las que han sacado gente de sus vaginas se me alebrestan). Y digo que me transformaron ya que cuando me di cuenta que estaba rodeada de gente creativa e inteligente, no me atreví a plantarles un proceso que los castrara.

Entonces hice rollito el título de mi maestría y todo lo cmmiezco del mundo computito y me entrené para ser una profetiza del Agile. No voy a explicar lo anterior, sucios iexplorientos. Básteme decir que a veces se siente como un dolor de muelas en los ovarios*. Y lo peor es que te lo advierten: Scrum / Agile puede ser un dolor de muelas en los ovarios. Pero ahí anda una de jipimadafaka: ¡sí hay que programar sin brassiere!

Y bueno, aunque más de un programador sí necesita brassiere (seriously), ser profetiza del Scrum y Ninja del Agile Testing ha sido por mucho, lo mejor que he hecho como profesional del acarreo de bytes (control zape dixit). Y no es que sea masoquista o haya aprendido a evitar al 100% el dolor.

Es la satisfacción de verlos crecer y decidir cómo trabajar. Es la lagrimita que se me salió cuando los escuché decir que los junits encontraron bugs que se hubieran ido a producción. O la emoción de escucharlos explicar y debatir reglas de negocio que ni yo entiendo bien. O el deseo cleptómano reprimido de robar sus libros de agile y las carcajadas de leer documentación amigable e ingeniosa. Son esos pequeños momentos en que te imaginas protagonizando un comercial de Visa con el pelo Pantene.

Entonces, ocurrió la tragedia: perdimos a casi la mitad de la gente. Y empezó el descorazonamiento y la mentada espiral de desdicha que la vuelven a una alcohólica.

¿Por qué volverlo a intentar?

Porque somos bien chingones y estamos destinados a la grandeza. Todos: incluso los que ya no están aquí.  

Súbanle:



*Robado de mi marido