miércoles, 28 de diciembre de 2011

Diario de Alcalá

Ilustra: Estela Cuadro
Textos en imagen: Leila Guerriero


Llegué al hostal con los pies llorando.  Otro día más sin éxito en eso de conseguir casa.  Acostada en mi diminuta cama, levanté las piernas contra la pared.  Mis roomies temporales hablaban de su maravilloso día como turista. Y mis pies sobrecaminados, seguían sintiéndose sin piso.



Volví de Roma en avión.  Pero en vez de Madrid, llegué a Zaragoza.  Llamé a Lina: ya estoy aquí, Cari.  Pues apúrate que nos vamos de marcha.  Era invierno y de noche.  Los autobuses a Madrid estaban repletos y tenía que esperar un par de horas.  Adiós marcha. Había un bar cerca a la central.  Entré por unas cañas. Primero llegaron unos viejos.  Ella, con el pelo rubio y enfundada en abrigo de piel.  Él, con boina y saco obscuro.  Comenzaron a gritarse, a gritarle al camarero, a comer y a beber gritándole a la tele.  Me dieron ganas de abrazarlos.  

Se llaman mocos, señorita, mocos, me dijo la doctora. ¿Se los lleva o qué? me exigieron en la alpargatería, cuando no decidía que par llevar. Qué tomas, ordenaba el cantinero del bar Lobos. No coja, decían los chinos cuando andaba de metiche en su tienda.  En España, las cosas se dicen sin rodeos y aprende uno a mandar a la chingada el mande y a soltar un rico ¿QUÉ?



Solía tener fantasías en los que un españolito(a) hacía que me deportaran.  Por quitarles el trabajo, el aire, el novio, la escuela, el subsidio de estudiante.  Y eso no podía pasar.  Tenía que terminar la maestría, sacar mi papelito.  Y por más que amara su comida, su marcha, su vino, a mis amigos y a mi pelo rojo, nunca me acostumbré al ternurismo que mis ahoritas les provocaban.


Anoche leía el N4 de Orsai y me encontré con Leila. Sus textos me hicieron sonreir y recordar.  Esta vez, no me puse nostálgica, pero sí profundamente orgullosa de haber vivido ahí.  No en Madrid, si no ahí, en esas letras que alguien más sabe poner.

VAYAN, LEAN ORSAI.  Y ya saben, yo la quiero vender así que digan si se apuntan O QUÉ.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Wake up mail

A principios de diciembre me llegó un mail. Y aunque es un mail automático e impersonal, me llegó fuerte: ¿Continuaría pagando la anualidad del host de mi sitio de viajes? O lo dejaba morir, exportando sus cenizas a un archivo de texto que guardaría en el disco duro para dos o tres computadoras después, olvidarlo. 

Me di una vuelta por el sitio. Estaba medio derrumbado (algunos plugins no funcionaban) y sólo Héctor le había inyectado un poco de vida durante 8 meses o algo así. Leí mi viaje al sureste, a Argentina, lo que hice en Europa. Me acordé de viajes que aún me faltaban por subir. 

Leer viejos posts es un arma de doble filo. A veces me topo con una redacción horrible. Otras veces, con situaciones que ya no recordaba. Pero la mayoría de las veces (y sobre todo en lo que toca a viajes) me emociona lo que leo. Y no sólo por haberlo vivido, sino también por haberlo escrito. Me sentí orgullosa de esos textos. 

Así que no le cuentes a mi madre, se queda en el ciberespacio un tiempo más. Cambia de look y escribiré también de comida y demás gustos sibaritas a los que mi cuerpo está acostumbrado y haciendo lonja. 

¿Qué esperan para ver lo cuco que me quedó? 

Clic en la imagen pa ir. Y aquí para el post que escribí de la Feria del Libro Independiete (o feria Independiente del libro?) en Oaxaca

viernes, 23 de diciembre de 2011

Otra vez, Oaxaca

Tenía cuatro días de vacaciones y ronchas en la espalda causadas por una intoxicación de gorditas queretanas. Necesitaba masajes, agua termal y comida sana. ¡Ixtapan de la sal!, pensé. En esos balnearios tuve una infancia relajada, feliz y enlodada. Mientras investigaba hoteles, un tuit de algún escritor o editorial me informó que en Oaxaca estaba la Feria del Libro Independiente. Le pregunté a mi Maridaje que si no le importaba cambiar masajes en la espalda por una maleta en la espalda retacada de libros. Estuvo de acuerdo con el sacrificio. Compré los boletos por internet y, al día siguiente por la tarde, partimos a la central del norte de Chilangolandia.


Llegamos la madrugada de un miércoles. Maldormí medio torcida y toda congelada en esos horribles autobuses ADO. Por culeros, esos autobuses merecen un post aparte. No habíamos reservado hostal y no me apetecía llegar a la pensión de la vez pasada. Ahí no hay internetz para mi smartfon, le dije a mi Marido, al mismo tiempo que acariciaba la hermosa pantalla de mi recién comprado Ideos. Compramos un café y nos pusimos a buscar hostales en mi celular.


Apenas había pasado un año desde la última (y única hasta ese momento) vez que fuimos a tragar a Oaxaca. Así que las calles cercanas a la central de autobuses nos eran conocidas. Con los hostales marcados en el mapa del centro histórico de la revista de viajes, nos pusimos a caminar. Pasamos 2 o 3 hostales y nos quedamos en uno que nos dejó a 350 pesos las 4 camas de una habitación. Además, la pila del smartfon estaba por valer madre.


Puse a cargar el teléfono en lo que esperábamos una hora decente para ir a almorzar. A las 7:45 nuestras tripas nos obligaron a mover el culo. En el viaje anterior, prácticamente no salimos del 20 de noviembre, el mercado de comida. Esta vez, decidimos caminar un poco más y fuimos al Mercado de la Merced. Justo antes de llegar, vi una blandudería. No se llaman así, pero es donde las señoras hacen las blandas y las tlayudas. Son esas tortillonas de 40 centímetros de diámetro en las que se come tasajo o con las que se desembadurna el mole del plato. ¿Te imaginas una de esas con quesillo?, le dije a mi Señor. Corrimos al mercado.


[singlepic id=329 w=180 float=left]Encontramos la zona de comidas con facilidad; es donde la gente está gritando platillos: Memelas Tlayudas Enchiladas Coloradito Co nCostilla Chocolate de Agua Atole Quezadillas Pan de Yemaaaa! El acoso es sorprendente, pero nuestro colmillo mercadero nos hizo quedarnos con una doña que hablaba con diminutivos «¿Qué le sirvo güerita? ¿Un chocolatito con panecito?» Pedimos dos; uno con leche y otro con agua. Y comenzamos a sopear. Amo el chocolate de Oaxaca; preparado con leche bronca, canela, espumoso y servido en jícaras. De intermedio, memelitas con quesillo. Enfrijoladas con costilla y enchiladas para terminar. Café de olla pa´que resbalara.


Regresamos al centro y nos paseamos sin detenernos en los stands de la feria del libro. Dos pasillitos de puestos de libros. ¿Qué es exactamente una feria del libro independiente? ¿Son editoriales independientes? ¿Escritores sin editoriales? Aún no sé. La cosa es que había muy pocos stands; sólo dos librerías «grandes» y la editorial anfitriona (Almadía). El resto de los stands eran libros usados, música y juguetes y libros para niños. Y nada con descuento. Los eventos fueron escasos y casi ninguno con público entusiasta. Y lo peor: algunos de los escritores que estaban anunciados, no iban.


[singlepic id=319 w=320 h=240 float=center]


Cultoroseando con Fadanelli y Ripstein


Para curar nuestras penas, tasajo recién asado. En nuestra visita anterior, lo comimos sólo en tlayudas. Ya el último día descubrimos un pasillo en el 20 de noviembre con un enorme asador que te lo cocinaba al instante. El tasajo es carne de res delgada y suave. La asan al momento y puedes acompañarla de frijoles, cebollitas, etcétera. Lo devoramos entre el olor a tripas tatemadas y humo de carne asada. Con tortillas blandas y chiles de agua con limón.


A la mañana siguiente decidimos caminar alejándonos del centro. Lo bautizamos «El tur de las iglesias y las librerías» y subimos por Independencia hasta la Basílica de la Soledad. Aunque no había tantas librerías, las iglesias fueron un buen fondo para fotos de besos de lengüita. Me enteré que en una de esas iglesias se casó Benito Juárez. Supongo que lo ateo y liberal le salió después. La revista-guía presumía unas deliciosas nieves en La Soledad, pero me engañaron. Lo que sí, el templo está bonito.


[singlepic id=316 w=280 float=center]


Manzaneros ligando


Volvimos al zócalo para comer memelitas en el 20 de noviembre y comprar vestidos típicos a mi sobrina. Y —claro— mole, mezcal y chocolate para invitar a los amigos en Querétaro. El aire nos enfriaba los cachetes por las noches, pero nada que no pudiéramos soportar con la superchamarra anti autobuses ADO. Así que no faltamos a los eventos al aire libre que había organizado la feria y a alguna cantina recomendada por una tuitera (¡gracias!) .


En nuestro último día, decidimos ir a Mitla. Tomamos un autobús a la central de segunda y ahí esperamos el camión de 14 pesos a Mitla. El recorrido dura poco más de una hora. Mitla es un pueblito dedicado a la producción de mezcal artesanal. Tiene una zona arqueológica mezclada con una iglesia española y unas moto-taxis de lo más lindas. Después de comer las rigurosas quesadillas, tomamos una moto-taxi a la zona arqueológica. Hacía calor y estábamos cansados, así que compramos unas nieves. Esta vez, de-li-cio-sas.


[singlepic id=328 w=300 float=left]La gente en Mitla es muy amable y tienen un acento lindo. Supongo que es por hablar zapoteco (¿o mixteco?). Lo hablan entre ellos y mezclan algunas palabras en español. Las doñas de las quesadillas hablaban de la pelea del Márquez y Paquiao el que sería esa noche.


No podíamos decidir sobre viajar a Hierve el Agua o no. Hierve el Agua es una zona de manantiales y rocas. Tranquilo, natural, soleado; el día de campo perfecto. Pero no traíamos traje de baño y ya era un poco tarde. Son casi 1.5 horas desde Mitla y hay que sumarle una hora de regreso a Oaxaca. Además, aquella noche regresábamos a la capital. Por nuestra indecisión, el transporte colectivo se nos fue. No hay autobuses, son unas nisán de estaquitas cubiertas en la parte de la caja en las que unas tablas simulan un asiento. Tampoco tiene horarios, hay que esperar que se llene la camioneta para salir. Esperamos una hora y nos dio hambre. Así que regresamos a Oaxaca en taxi colectivo.


Resulta que por 20 pesos puedes compartir un taxi-tsuru con alguien más. Aún no estoy segura si son más cómodos que los camiones pero hay más salidas. De vuelta en Oaxaca, el hostal nos dejó usar sus instalaciones para llorar por nuestra inminente vuelta a la realidad.


[singlepic id=315 w=320 h=240 float=center]


Realistas contra negros


En nuestra primera visita a Oaxaca, había plantón de maestros en pleno zócalo. Algunas calles olían a miados y nos despertaron de madrugada los petardos de los manifestantes. Aunque era verano, hacía frío por la lluvia. Esta vez, el centro estaba iluminado y la gente disfrutaba de sus andadores. Me llamó la atención la cantidad de policías en la calle, sin embargo, no me enteré (o vi) algún incidente.


La segunda vez que visitas un lugar se siente distinto. Está la ventaja de que ya sabes moverte, repites lo que te gustó y evitas lo que no. La desventaja es que puedes caer en lo mismo. Y aunque irnos a meter a la Papelera Escolar a ver libros es un imperdible, recorrimos más calles y nos sorprendimos con más sabores. Volvimos a Santo Domingo, pero ahora había unos realistas matando negros y una boda con fuegos artificiales. Como también había un festival de música, escuchamos a chavos trompeteros en el mercado y en la plaza. Descubrimos una familia de ratones en las jardineras y a los locos del centro. Vimos al Cochiloco bailar con su mujer a ritmo de Paté de Fua.


Es la segunda vez que lo digo: vayan a Oaxaca, no se van a arrepentir.


[slideshow id=21]


jueves, 15 de diciembre de 2011

Orsai y las decisiones de consumo

Cada quien decide en qué gastar su dinero, eso no está a discusión. Lo que hace diferente a cada consumidor es el por qué decidió comprar un producto y no otro similar. El primer criterio es, casi siempre, el precio. Obviamente, la calidad es algo que cualquiera con 3 neuronas considera. 

El dinero que recibo por ser computita me da la opción de poner otras variables a la ecuación. Por ejemplo: nunca compro verduras, frutas, carne, jamón, pan y otros alimentos en el súper. Aunque estén más caras, prefiero tener un señor carnicero o ir con la doña de la central de abastos (que por cierto, es más barato). Esto es porque creo en la comunidad y prefiero darle mi dinero a un conocido que a un gringo negrero. 

De restaurantes, evito las cadenas comerciales. No tengo plan en el celular porque creo que gastar más de 400 pesos al mes por farolear es demasiado. Nunca compraré algo de Apple porque me caga el borreguismo y su obsolescencia programada. Pago gas natural por onda ecológica. 

La compra de libros es una de las decisiones que más me cuestan. Y es que algunos son re-caros. Desde que me enteré que en Gandhi los libros son más baratos porque le cobra un ojo a la editorial por ponerlos en sus estantes, ya no compro ahí. Y las editoriales no se quedan atrás en la cadena de intermediarios, al pagar al pobre autor una madrecita. Cuando leí que a Fedro Carlos Guillén le pagaban algo así como 500 pesos por artículo (o algo así de nada) me decepcioné. Si a eso le añadimos que hay muy buenas cosas que leer en internet o en PDF, la industria de la literatura (aunque les duela a los puristas que se sienten prostituidos por vender su trabajo) está a punto de entrar en coma. 

Por eso, el monstruo que es Orsai y en lo que se quiere convertir, me emociona. Hay otras razones: 
  • He leído todo el blog de Orsai y todo el de Más respeto que soy tu madre.
  • Hernán nunca ha bajado de internet los textos que hizo libros. 
  • Hablo de El Gordo y de Chiri como si fueran viejos amigos “Hoy, Hernán escribió que su madre lo puso en ridículo ante sus lectores”, le digo a mi Maridaje. 
  • La revista es una locura de una bola de amigos. 
  • Son pro-Creative Commons, es decir, entienden por dónde se mueve esto del internetz. 
  • Y por supuesto, nació del un blog y se alimenta de internet.
Pero, ¿Para qué lo digo yo, si Hernán lo cuenta en TEDx?



Así que decidí hacerme distribuidor del siguiente año. Las revistas las venderé al costo, sólo necesito saber quién está interesado (de preferencia en Querétaro o Guadalajara).

Si no sabes de lo que es Orsai o las 4 revistas que han salido, pícale aquí

Si estás interesado en comprarlo el año que entra, déjame un mail: rossymr@gmail.com

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La suave danza del dulce amor obscuro o el ridículo de los martes y jueves

Me inscribí en una clase en la que enseñan la suave danza del dulce amor obscuro. Es decir, danza africana. Nunca lo hubiera pensado, tanto tiempo de agarrarme y mirarme mi adorado cuerpecito para terminar descubriendo que:
  • Tengo 30 vértebras en el cuello y puedo sentir 32
  • Los calambres en las plantas de los pies duelen más que los del dedo chiquito
  • La cadera cumbianchera no funciona con los tamborazos
  • Mis hombros están desconectados del cerebro 
  • Tengo la flexibilidad de un mueble rústico 
La clase es más o menos así: un jipimadafaka de esos que tocan los tambores en el río ameniza toda la sesión. Dura más o menos hora y media y es dirigida por un maestro flaquérrimo y con rastras largas que se desespera ante mi rusticidad. Todos estamos desnudos descalzos.

La sesión de calentamiento / estiramiento dura alrededor de 30 minutos. Aunque no bailamos, yo la disfruto mucho. Desde que dejé de chuparme el dedo gordo (del pie derecho (cuando tenía año y medio) ), me volví una tabla. Nunca fui de esas niñas gimnastas que podía abrirse de piernas (ejem) o doblarse (ejem) hacia al frente sin flexionar las rodillas y hasta poner la frente contra las piernas. Pero no sabía que estaba tan tabla (ver imágenes ilustrativas)

La siguiente media hora / 40 minutos es, ahora sí, de baile.

Las coreografías incluyen brincar llevando las rodillas a la panza, flexionar las rodillas mientras que las manos “cosechan” algo imaginario, dislocarse los hombros cada tres pasos y mover la cabeza como gallina recién decapitada. Esto con sexis movimientos de cadera y chichi. MUY COMPLICADO. Es divertido, aunque soy la peor de la clase. La última de la fila. Literal.

Al final, el estiramiento. Y los cantos a la madre tierra.

En la última clase el maestro nos enseñó una danza que se utiliza para seducir. Gracias a Buba no soy africana, de lo contrario, sería virgen.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Sueños


Cuando desperté, era narco.  O algo parecido.  Había balazos y yo cuidaba un maletín con dinero.  Por eso digo que era del bando de los maloras. Dos días antes, mi viejo me había puesto los cuernos mientras andaba de viaje.  Y como tiene que ser, le dí unos madrazos recriminadores.  Le dije que porqué se había ido de viaje sin mí y porqué me puso los cuernos.  Y lo peor: porqué me lo confesaba, pinche cínico que no aguanta con el cargo de conciencia.  Quién sabe cuándo, Scampi corría y corría.  Y yo tras de él en chingaloca.  (Por cierto: con el frío, ahora duermen en nuestro cuarto.  En su colchón, pero en nuestro cuarto)
Antes, cuando aún estaba en mi trabajo anterior, no soñaba.  Al menos, no recordaba sueños de ese tipo. Siempre soñaba con una solución incoherente a los problemas del trabajo.  Y no faltaban las pesadllas en las que las consecuencias de mis actos era la muerte computita.
Poco a poco, me adapto a la tranquilidad.  Y por mis sueños, supongo que mi cerebro también y ya no sabe que inventar.