Y es que las películas de fantasía me duermen. Pasó con LOTR, Harry Potter y el laberinto del fauno. Babeé tanto la butaca del cine que tuve que pagarles limpieza. Por el bien de mi economía, las evito.
Game of Thrones tiene zombis medievales, enormes lobos y dragones. Hablan de dioses (nuevos y viejos) y maldicen por los siete infiernos. Los personajes son fuertes y atractivos. Y no hablo exclusivamente de la parte física (aunque las putas tienen unas chichotas) sino que la fuerza que transmiten siempre me dejan dudando sobre lo que harán después. Sobre todo el enano, Tyrion Lannister es un misterio (y un encanto) para mí. En general, la línea entre buenos y malos está muy desdibujada. No hay el perfecto o el desgraciado o el idiota. Con cada capítulo, los personajes se van delineando y evolucionan. Los juegos de poder, envidias, lujurias y miedos hacen que la historia sea la gran protagonista.
échenme una Mano
Por ejemplo, Bran. En la serie sólo sabemos que le gusta trepar paredes. Un niño travieso y consentido. Pero el capítulo del libro en el que Bran describe la libertad y emoción que siente al escalar no tiene madre. O la evolución de Princess Daenerys a Khaleesi. Hay detalles en las escenas de cojedera salvaje entre Khal Drogo y Khaleesi, como las campanitas en el pelo o las estrellas, que en un futuro cercano me provocarán detenciones por faltas a la moral.
Así que tengo que decir ese nefasto dicho que diche achí: “El libro está mejor”.
Aunque no demerito la serie. Entiendo que poner tanto detalle es difícil. Lo importante está contado y la escencia de los personajes bien lograda. George R.R Martin está metido con los HBOs así que grandes momentos nos esperan cuando el invierno llegue.