viernes, 19 de septiembre de 2014

Getting Married, Five Stars

¿En dónde comienza esta historia? Podría comenzar en un paseo por Tequisquiapan, cuando Ricardo vio un vestido de novia, entallado del pecho a los muslos, abierto a partir de las rodillas y con una cola de holanes hasta el piso. Me abrazó un poco más y, bajando una mano hacia mis caderas, me dijo al oído que ese vestido quería que usara cuando nos casáramos, para que todos se dieran cuenta que no andaba tan perdido. O tal vez cuando despertamos juntos por primera vez y sentí los brazos adoloridos por dormir abrazados toda la noche. O quizá cuando comencé a decirle Maridaje porque me enteré que es el término que se utiliza en los placeres tragatorios para hacer notar que los sabores son buenos por separado, pero que juntos se intensifican.

            La cosa es que hace dos semanas nos casamos por el civil, después de llevar poco más de cuatro años viviendo juntos. Muchos pensaban que ya estábamos casados y la noticia les sorprendió. Ya saben, nos hemos convertido en esa pareja de viejitos que se emocionan con el olor del café recién molido y siembran jitomates en maceta. Que todos los días pasean de la mano rumbo al parque donde nos soltamos sólo para recoger la caca de los hijos. Que pelean por tender mal la ropa y por quién lavará los trastes. Que se bañan juntos sólo para morderse sus partes más sensibles cuando el otro tiene la cara enjabonada y que prefieren gastar en viajes antes que reparaciones de la casa.

            Sé que estar casado es binario: Sí o No. Pero si hubiera una escala, nuestro nivel de matrimonio estaría por encima de Lilly y Marshall (highfive sin ni siquiera mirar con vuelta cachonda).

            Entonces, ¿para qué chingados casarse?

Hace dos años, antes de nuestra luna de miel número sabecuál que ocurrió en las Europas, intentamos casarnos. Pero somos huevones para el papeleo y nos rendimos apenas comenzamos. Pero el tema seguía ahí y los detalles planeacionales de la boda, así como los correos de Etsy Wedding, se asomaban de vez en cuando.  Entonces, una noche después del partido de fut de mi Maridaje, vi una publicidad del Gobierno que invitaba a los matrimonios colectivos: «Es hora de aventar el ramo».  La idea de Loyola de pagar la boda en el Parque Bicentenario nos pareció mucho mejor que cualquier taquiza, carne asada o brindis codo que se nos había ocurrido.

            Una semana después madrugamos en la seguridad social, en ayunas y desvelados, listos para los exámenes prenupciales. La dolorosa experiencia de casi 4 horas incluye unas fichas de turno a la Betelgeuse para pasar con el Dr. Varguitas quien le preguntó a Ricardo si tenía tatuajes y a mí si estaba embarazada. Varguitas concluyó de puro oído que no había impedimentos médicos para casarnos si es que los análisis de VIH y sífilis salían límpidos.  Y cómo olvidar a la doñita de los análisis que a las 10 a.m. nos quería regresar a casa por no traer más fichas. Al final, conseguimos las mentadas fichas y nos libramos de la enfermera en entrenamiento que le sacó un chorro de sangre —literal— a la mujer que puso el brazo antes que yo. Eso fue el lunes, el miércoles Ricardo fue por los análisis y con el permiso del Dr. Varguitas fuimos el jueves al registro a dejar los papeles, un día antes de que se venciera el programa de matrimonios colectivos. Se casan la siguiente semana, elijan el día, nos dijo el señor juez. Lo del Parque Bicentenario es sólo para la entrega del acta. Entonces a avisar a testigos y familia que la boda se adelantaba una semana.

          Coatl ha sido testigo desde el comienzo de nuestra relación, mejor amigocasihermano, cómplice de borracheras y libros. Así que el papel de testigo ya lo traía predestinado.  El otro testigo fue mi primo Beto y su esposa Aurora, otra pareja de viejos casados. Mi primo ha sido mucho tiempo mi amigo borracho-existencialista con quien disfruto enormidades platicar.  Placer que ahora, con Aurora y Ricardo, compartimos.

La semana de prometidos

El próximo viernes, le dijimos al señor juez después de haber consultado con los testigos por teléfono.  Entonces comenzó la última semana de amasiato en la que le cambié el nombre de Ricardo a Prometido y comenzaron los chistes internos relacionados con el matrimonio de «ya sé que te casas conmigo por mis panes/sexo/alcohol» y «si así va a ser, pa’ qué nos casamos», etcétera.

            Uno de los prerrequisitos queretanos para amarrarse es tomar unas charlas matrimoniales en un video de 20 minutos.  Ese sábado llegamos un poco antes de nuestra cita y nos metimos a la sala en la que vimos que ya había comenzado un video en que hablaban de cosas serias.  En dicho video una treintañera en vestido de bolitas nos explicó los derechos y obligaciones que se contraen, así como una repasadita a los valores con los que un buen matrimonio debe guiarse.  Al terminar, una señora del registro civil nos regañó por pasarnos antes, y por un momento pensé que nos iba a hacer repetir el video, pero no, sólo nos puso cara de fuchi y nos hizo revisar y firmar lo que después sería el acta matrimonial.

            Mis papás se apuntaron para venir desde Guadalajara, aunque mi hermana llegaría hasta el sábado. Así que empezamos a preparar «la boda».  Decidimos  invitar a la familia a una comida en Erlum. La anfitriona, una señora muy amable y sonriente, se alegró al saber que celebrábamos nuestra boda y aceptó hacernos unos menús especiales.  Además nos ofreció hacernos un pastel de novios.
           
¿Y los amigos? Pues a La Castellana, una cantina de mínimamalamuerte que se encuentra en la zona roja de Querétaro. Así que unos tres días antes hice la invitación en Facebook para que los compas apartaran la noche del viernes 29 de agosto.

            Nunca hubo stress pre-bodorrio. Si acaso, mis piernas sufrieron un poco cuando recorrimos el fresísimo centro comercial en la búsqueda de un cinturón azul marino para el ajuar de mi Prometido. Yo decidí ponerme un vestido chiapaneco que había comprado hacía apenas algunas semanas. Me retoqué los rayos morados y hasta ahí las preocupaciones de belleza. No hubo depilaciones, uñas postizas, sesiones de maquillaje o fotos, y ni siquiera nos preocupamos cuando la comida inició con inició con 12 invitados y terminó en 21.

            La última noche de amasiatos, Ricardo estaba haciendo croissant y yo me enojé un poco porque quería ir a nuestra «despedida de solteros», pero Ricardo me dijo que la Chiva estaba clausurada y el Pa’ mi chela también.  A las 10:30 que terminó, partimos a la Internacional y nos tomamos una cerveza llamada Tu Mero Mole, nada más ad hoc a la situación. Fue una «despedida» muy de nosotros, solos y platicando de las curiosas reacciones relacionadas con la noticia. A los dos nos parecía que la gente sobre reaccionaba un poco a la noticia de la boda. Como ya dije, somos una vieja pareja de casados y un papelito no cambia lo que somos y sentimos… ¿o sí? Estábamos a un día de averiguarlo.

The Wedding Day

El día de nuestra boda me desperté un poco antes que sonara la alarma: estaba un poco preocupada por el trabajo. Así que me bañé y fui a la oficina. Vi algunos pendientes y regresé a medio día. Mis papás ya estaban en casa, listos para cuando dijera ¡vámonos a casar! Ricardo estaba casi listo y guapísimo (había valido la pena la búsqueda del cinturón azul), y yo sólo tenía que maquillarme y vestirme. Habíamos acordado que mi Prometido se iría en nuestro coche para recoger a parte de su familia y yo me iría en el coche de mis papás. Nos veríamos en el registro civil.

            Llegué unos 25 minutos antes de las 2, la hora cero. Mi prometido y su familia llegaron faltando 15 y los testigos faltando unos 10.  Los del registro iban un poquito retrasados así que no había nervios. Cuando salió la pareja anterior, me dispuse a pasar y la misma señorita que nos regañó en las pláticas prematrimoniales nos regañó por no avisarle que ahí estábamos. No así el señor juez quien todo calmo y asertivo nos explicó cómo era el asunto. Nos sentó para que todos se acomodaran y después nos pusimos frente a su escritorio. 

            Ahí comenzó la ceremonia en la que habló de cosas que ya ni me acuerdo pero que en ese momento me parecieron muy emocionantes.  Es bueno saber que ya no se lee la epístola de Ocampo y que tampoco caen en cursilerías. Nuestro juez fue claro y nos miraba a los ojos mientras Cóatl nos fotografiaba. Mi papá hizo un chiste cuando firmó mi ahora Marido con la zurda y el juez, que también es zurdo, volvió a hacer el chiste cuando le tocó firmar a él.  Mi sobrino pedía besos y, con eso, se acabó la ceremonia.

            Decir que sí y estar tomados de la mano fue algo importante y que me hizo muy feliz. Más allá de costumbres, derechos y trámites, ese fue otro de esos momentos en mi vida en el que la alegría me toma de sorpresa. 
Genkidama

            Hace poco leí: Who we are and who we become depends, in part, on whom we love. Quiénes somos y en quién nos convertimos depende, en parte, de aquellos que amamos. Y en esa sala estaban algunas de las personas que más queremos y que son parte de nosotros.  Es quizá por esa cantidad de amor que la emoción fue tan intensa (como una Genkidama).

            En nuestra boda estuvieron quienes quisimos que estuvieran y les compartimos lo que somos, en lo que nos divertimos y lo que disfrutamos.  Por eso la comida en Erlum, uno de los mejores restaurantes del planeta, rompió madres. Nuestros papás y nosotros mismos dijimos algunas palabras y brindamos por estar ahí. Y lo que dijo mi Maridaje me sacó unas lagrimitas, snif.

            La comida se alargó hasta las 6 de la tarde y a las 7 teníamos el aniversario del círculo de lectura en el que participamos. Ricardo fue a entregar sus cuernitos y yo con mis papás a cambiar el boleto de autobús de mi tío. Llegamos tarde a la lectura, pero aún así alcanzamos a leer un fragmento de «El último poeta del universo», una novela sexosa a dos voces: una femenina y una masculina. Nunca pensé que dentro de las cosas que haría el día de nuestra boda sería leer en pareja, sin embargo, dado que los libros son una parte importante de nuestra relación, leer juntos fue algo natural y hermoso.



Durante el evento, Óscar, nuestro compa del círculo, mencionó unas 40 veces que recién nos habíamos casado y durante el vinito y los canapés de todo evento culturoso, nos dedicamos a contar cómo había sido todo.  El tiempo voló y hasta que sentí una llamada de Osvaldo, Mi supercompi que (no) venía desde Dolores, me enteré que ya teníamos que estar en la Castellana.

            ¿A nombre de quién estaba la reservación? ¿Reservación, en serio? Algunos puntuales sí llegaron a la hora pactada, preguntaron si ahí era nuestra boda y les dijeron que ya andaban ebrios, que nadie hace bodas en las cantinas de mínimamalamuerte. Aún sin conocerse, los amigos se vieron cara de amigos de los novios y apartaron tres mesas para la boda. Por fin llegamos y nos disculpamos con cubetas de cerveza.



            La Castellana es un bar grande y no muy concurrido. Yo descubrí el lugar y ha sido uno de los favoritos por la comida picosa y las cervezas baratas.  A mí me encantan los cuadros de Marilyn, el Piqué y Pedro Infante que cuelgan amontonados; la cocinera y el cantinero nos conocen y las meseras de minivestidos ajustados siempre son muy amables. Los amigos y las cervezas fueron llegando en bola. La mesa se hacía más larga y cada tanto volvíamos a platicar la historia de la boda.


 

            Algunos amigos invitaron cubetas y, como lo prometimos, nosotros compramos algunas más, por lo que el ambiente se mantuvo en una feliz borrachera. Incluso llegaron colados que nos felicitaron y todo. Coatl, en su papel de padrino, me compró un ramo de rosas de esos que venden los niños en cantinas. Así que juntamos a las autonombradas madrinas (traían vestidos similares sin ponerse de acuerdo) y demás viejerío en la pista de baile. Me subí a una silla y lo aventé. Y me reclamaron por aventarlo a la primera. Y como que le agarramos el gusto a eso de cumplir los ritos del matrimoño, porque no importó si aventé el ramo, necesitábamos víbora de la mar para ellas.  Puse en la rockola a mis Foo Fighters, con Long Road to Ruin y las jóvenes casamenteras (y no tanto) corrieron por toda la cantina.  Y para continuar el rito, elegimos The Love of my Life de Queen a pesar de no conocerla. Bailamos entre besos y apachurrones premeditados diciéndonos que esta es la mejor boda EVER. Pero los hombres querían su víbora de la mar, así que alguien consiguió una liga del pelo tipo diadema que me puse de liguero y con AC/DC se dedicaron a corretear por el lugar. En un momento pensé que nos correrían de tanto desmadre, pero no, la verdad es que hasta los no-invitados a la boda lo estaban disfrutando: se intentaron ligar a las madrinas y me felicitaban cuando iba al baño. Total que el rito del liguero con los dientes también se cumplió y mi Maridaje lo aventó a la bola de borrachos que lo disputaban.


 

            Después, las palabras del Padrino-Testigo Coatl, quien lleno de felicidad y emoción dijo algo que se resume en: los quiero un chingo. Entonces siguieron las cumbias y a las 3 de la mañana, nos corrieron. Algunos borrachos aún querían seguirla, pero después de encontrar dos bares cerrados y con la única opción de ir al Puerto, hice uso de mi nuevo estatus de Mujer Impositiva y dije que NEL.


            Al día siguiente llegó mi hermana con su familia y como ya es sabido cuando veo a mi Gabys, me dio sobrinitis y lo único que hago es jugar con la chamaca. El domingo volvimos a Erlum, para que mi hermana probara la deliciosa comida y después, regresaron a Guadalajara y nosotros al mercado semanal.

The Wedding Day II

Me voy temprano porque hoy me caso, dije en la oficina una semana después de la primera boda. ¿Otra veeez? Pues ya te gustó. Pues sí, ya me había gustado y la cuestión es que en ese programa de matrimonios colectivos, el mentado papelito lo dan en la ceremonia que preside el presidente municipal. Estaba lloviendo y no sabíamos muy bien cómo llegar, pero justo a las 4 me estaban entregando el ramo y el papelito.

            En el lugar había unas 932 parejas, o algo así, y sus invitados. Nos tocó un poco lejos, pero aún así alcanzamos a ver el protocolo de sí acepto de la pareja representativa: unos señores que llevan veintitantos años juntos y que hasta nietos tienen. Hubo más oficiales del gobierno diciendo cosas sobre Querétaro y el matrimonio y el compromiso de los queretanos y del gobierno. Nos repartieron tacos al vapor en cajita y mucho pastel. Rifaron una casa y no nos la sacamos. Una lavadora y tampoco. Un equipo de sonido, nein. Un colchón y nel. 200 persianas y menos. Bueno, captan la idea. Me consolé tomando fotos de los edificios históricos miniatura y volvimos a casa para cambiarnos los zapatos mojados. Buscamos borrachera con amigos y como no la encontramos, terminamos viendo series.


¿Qué se siente estar casada?

            Me preguntó mi papá mientras buscábamos estacionamiento en el centro. Se siente igual, respondí.

Casarnos merece un post en este abandonado blog porque fue un día muy muy feliz. Fue una boda que no esperaba porque nunca la planeé. Sabía que no quería el paquete de pleitos familiares políticos por invitar (o no) a sutanito. No quería el estilo de princesa ni el anillo ni la entrega paterna. No quería que decir que sí supusiera el comienzo de un cuento de hadas o el alineamiento y aprobación de los que siguen ese camino. Lo único que sabía es que quería ese papelito para que lograr lo que soñamos sea un poquito más fácil.

            Tener una vida con amor, pasión, compromiso, risas y todo lo bueno y no tan bueno que viene de estar en pareja, no es parte ni consecuencia de un rito. Es consecuencia de atreverse a ser vulnerable y amar a esa persona que te abraza al dormir.

            Si bien el título de este post pareciera invitar a que se casen, la verdad es que me vale madres lo que hagan y dejen de hacer; simplemente es un chiste privado entre mi Maridaje y yo.

Nota: Todas las fotos chidas las tomó Coatl :)