¿En dónde comienza esta historia?
Podría comenzar en un paseo por Tequisquiapan, cuando Ricardo vio un vestido de
novia, entallado del pecho a los muslos, abierto a partir de las rodillas y con
una cola de holanes hasta el piso. Me abrazó un poco más y, bajando una mano
hacia mis caderas, me dijo al oído que ese vestido quería que usara cuando nos
casáramos, para que todos se dieran cuenta que no andaba tan perdido. O tal vez
cuando despertamos juntos por primera vez y sentí los brazos adoloridos por
dormir abrazados toda la noche. O quizá cuando comencé a decirle Maridaje
porque me enteré que es el término que se utiliza en los placeres tragatorios
para hacer notar que los sabores son buenos por separado, pero que juntos se
intensifican.
La
cosa es que hace dos semanas nos casamos por el civil, después de llevar poco
más de cuatro años viviendo juntos. Muchos pensaban que ya estábamos casados y
la noticia les sorprendió. Ya saben, nos hemos convertido en esa pareja de viejitos
que se emocionan con el olor del café recién molido y siembran jitomates en
maceta. Que todos los días pasean de la mano rumbo al parque donde nos soltamos
sólo para recoger la caca de los hijos. Que pelean por tender mal la ropa y por
quién lavará los trastes. Que se bañan juntos sólo para morderse sus partes más
sensibles cuando el otro tiene la cara enjabonada y que prefieren gastar en
viajes antes que reparaciones de la casa.
Sé
que estar casado es binario: Sí o No. Pero si hubiera una escala, nuestro nivel
de matrimonio estaría por encima de Lilly y Marshall (highfive sin ni siquiera mirar con vuelta cachonda).
Entonces,
¿para qué chingados casarse?
Hace dos años, antes de nuestra luna de
miel número sabecuál que ocurrió en
las Europas, intentamos casarnos. Pero somos huevones para el papeleo y nos
rendimos apenas comenzamos. Pero el tema seguía ahí y los detalles planeacionales
de la boda, así como los correos de Etsy Wedding, se asomaban de vez en
cuando. Entonces, una noche después del
partido de fut de mi Maridaje, vi una publicidad del Gobierno que invitaba a
los matrimonios colectivos: «Es hora de aventar el ramo». La idea de Loyola de pagar la boda en el
Parque Bicentenario nos pareció mucho mejor que cualquier taquiza, carne asada
o brindis codo que se nos había ocurrido.
Una
semana después madrugamos en la seguridad social, en ayunas y desvelados,
listos para los exámenes prenupciales. La dolorosa experiencia de casi 4 horas
incluye unas fichas de turno a la Betelgeuse para pasar con el Dr. Varguitas quien
le preguntó a Ricardo si tenía tatuajes y a mí si estaba embarazada. Varguitas concluyó
de puro oído que no había impedimentos médicos para casarnos si es que los
análisis de VIH y
sífilis salían límpidos. Y cómo olvidar
a la doñita de los análisis que a las 10 a.m. nos quería regresar a casa por no
traer más fichas. Al final, conseguimos las mentadas fichas y nos libramos de
la enfermera en entrenamiento que le sacó un chorro de sangre —literal— a la
mujer que puso el brazo antes que yo. Eso fue el lunes, el miércoles Ricardo
fue por los análisis y con el permiso del Dr. Varguitas fuimos el jueves al
registro a dejar los papeles, un día antes de que se venciera el programa de
matrimonios colectivos. Se casan la siguiente semana, elijan el día, nos dijo
el señor juez. Lo del Parque Bicentenario es sólo para la entrega del acta. Entonces
a avisar a testigos y familia que la boda se adelantaba una semana.
Coatl
ha sido testigo desde el comienzo de nuestra relación, mejor amigocasihermano, cómplice de
borracheras y libros. Así que el papel de testigo ya lo traía predestinado. El otro testigo fue mi primo Beto y su esposa
Aurora, otra pareja de viejos casados. Mi primo ha sido mucho tiempo mi amigo borracho-existencialista
con quien disfruto enormidades platicar.
Placer que ahora, con Aurora y Ricardo, compartimos.
La semana de prometidos
El próximo viernes, le dijimos al señor
juez después de haber consultado con los testigos por teléfono. Entonces comenzó la última semana de amasiato
en la que le cambié el nombre de Ricardo a Prometido y comenzaron los chistes
internos relacionados con el matrimonio de «ya sé que te casas conmigo por mis
panes/sexo/alcohol» y «si así va a ser, pa’ qué nos casamos», etcétera.
Uno
de los prerrequisitos queretanos para amarrarse es tomar unas charlas
matrimoniales en un video de 20 minutos.
Ese sábado llegamos un poco antes de nuestra cita y nos metimos a la
sala en la que vimos que ya había comenzado un video en que hablaban de cosas
serias. En dicho video una treintañera
en vestido de bolitas nos explicó los derechos y obligaciones que se contraen,
así como una repasadita a los valores con los que un buen matrimonio debe
guiarse. Al terminar, una señora del
registro civil nos regañó por pasarnos antes, y por un momento pensé que nos
iba a hacer repetir el video, pero no, sólo nos puso cara de fuchi y nos hizo
revisar y firmar lo que después sería el acta matrimonial.
Mis
papás se apuntaron para venir desde Guadalajara, aunque mi hermana llegaría
hasta el sábado. Así que empezamos a preparar «la boda». Decidimos invitar a la familia a una comida en Erlum. La anfitriona, una señora muy
amable y sonriente, se alegró al saber que celebrábamos nuestra boda y aceptó hacernos
unos menús especiales. Además nos
ofreció hacernos un pastel de novios.
¿Y los amigos? Pues a La Castellana, una cantina de mínimamalamuerte que se encuentra en la zona roja de Querétaro. Así que unos tres días antes hice la invitación en Facebook para que los compas apartaran la noche del viernes 29 de agosto.
Nunca
hubo stress pre-bodorrio. Si acaso, mis piernas sufrieron un poco cuando
recorrimos el fresísimo centro comercial en la búsqueda de un cinturón azul
marino para el ajuar de mi Prometido. Yo decidí ponerme un vestido chiapaneco
que había comprado hacía apenas algunas semanas. Me retoqué los rayos morados y
hasta ahí las preocupaciones de belleza. No hubo depilaciones, uñas postizas,
sesiones de maquillaje o fotos, y ni siquiera nos preocupamos cuando la comida
inició con inició con 12 invitados y terminó en 21.
La
última noche de amasiatos, Ricardo estaba haciendo croissant y yo me enojé un
poco porque quería ir a nuestra «despedida de solteros», pero Ricardo me dijo
que la Chiva estaba clausurada y el Pa’ mi chela también. A las 10:30 que terminó, partimos a la
Internacional y nos tomamos una cerveza llamada Tu Mero Mole, nada más ad hoc a
la situación. Fue una «despedida» muy de nosotros, solos y platicando de las
curiosas reacciones relacionadas con la noticia. A los dos nos parecía que la
gente sobre reaccionaba un poco a la noticia de la boda. Como ya dije, somos
una vieja pareja de casados y un papelito no cambia lo que somos y sentimos… ¿o
sí? Estábamos a un día de averiguarlo.
The Wedding Day
El día de nuestra boda me desperté un
poco antes que sonara la alarma: estaba un poco preocupada por el trabajo. Así
que me bañé y fui a la oficina. Vi algunos pendientes y regresé a medio día. Mis
papás ya estaban en casa, listos para cuando dijera ¡vámonos a casar! Ricardo
estaba casi listo y guapísimo (había valido la pena la búsqueda del cinturón
azul), y yo sólo tenía que maquillarme y vestirme. Habíamos acordado que mi
Prometido se iría en nuestro coche para recoger a parte de su familia y yo me
iría en el coche de mis papás. Nos veríamos en el registro civil.
Llegué
unos 25 minutos antes de las 2, la hora cero. Mi prometido y su familia
llegaron faltando 15 y los testigos faltando unos 10. Los del registro iban un poquito retrasados
así que no había nervios. Cuando salió la pareja anterior, me dispuse a pasar y
la misma señorita que nos regañó en las pláticas prematrimoniales nos regañó
por no avisarle que ahí estábamos. No así el señor juez quien todo calmo y
asertivo nos explicó cómo era el asunto. Nos sentó para que todos se acomodaran
y después nos pusimos frente a su escritorio.
Genkidama
En
nuestra boda estuvieron quienes quisimos que estuvieran y les compartimos lo
que somos, en lo que nos divertimos y lo que disfrutamos. Por eso la comida en Erlum, uno de los
mejores restaurantes del planeta, rompió madres. Nuestros papás y nosotros mismos
dijimos algunas palabras y brindamos por estar ahí. Y lo que dijo mi Maridaje
me sacó unas lagrimitas, snif.
La
comida se alargó hasta las 6 de la tarde y a las 7 teníamos el aniversario del
círculo de lectura en el que participamos. Ricardo fue a entregar sus cuernitos
y yo con mis papás a cambiar el boleto de autobús de mi tío. Llegamos tarde a
la lectura, pero aún así alcanzamos a leer un fragmento de «El último poeta del
universo», una novela sexosa a dos voces: una femenina y una masculina. Nunca pensé
que dentro de las cosas que haría el día de nuestra boda sería leer en pareja,
sin embargo, dado que los libros son una parte importante de nuestra relación,
leer juntos fue algo natural y hermoso.
Durante el evento, Óscar, nuestro compa
del círculo, mencionó unas 40 veces que recién nos habíamos casado y durante el
vinito y los canapés de todo evento culturoso, nos dedicamos a contar cómo
había sido todo. El tiempo voló y hasta
que sentí una llamada de Osvaldo, Mi supercompi que (no) venía desde Dolores,
me enteré que ya teníamos que estar en la Castellana.
¿A
nombre de quién estaba la reservación? ¿Reservación, en serio? Algunos
puntuales sí llegaron a la hora pactada, preguntaron si ahí era nuestra boda y
les dijeron que ya andaban ebrios, que nadie hace bodas en las cantinas de mínimamalamuerte. Aún sin conocerse, los
amigos se vieron cara de amigos de los novios y apartaron tres mesas para la
boda. Por fin llegamos y nos disculpamos con cubetas de cerveza.
La
Castellana es un bar grande y no muy concurrido. Yo descubrí el lugar y ha sido
uno de los favoritos por la comida picosa y las cervezas baratas. A mí me encantan los cuadros de Marilyn, el
Piqué y Pedro Infante que cuelgan amontonados; la cocinera y el cantinero nos
conocen y las meseras de minivestidos ajustados siempre son muy amables. Los
amigos y las cervezas fueron llegando en bola. La mesa se hacía más larga y cada
tanto volvíamos a platicar la historia de la boda.
Algunos
amigos invitaron cubetas y, como lo prometimos, nosotros compramos algunas más,
por lo que el ambiente se mantuvo en una feliz borrachera. Incluso llegaron
colados que nos felicitaron y todo. Coatl, en su papel de padrino, me compró un
ramo de rosas de esos que venden los niños en cantinas. Así que juntamos a las
autonombradas madrinas (traían vestidos similares sin ponerse de acuerdo) y
demás viejerío en la pista de baile. Me subí a una silla y lo aventé. Y me
reclamaron por aventarlo a la primera. Y como que le agarramos el gusto a eso
de cumplir los ritos del matrimoño, porque no importó si aventé el ramo,
necesitábamos víbora de la mar para ellas.
Puse en la rockola a mis Foo Fighters, con Long Road to Ruin y las
jóvenes casamenteras (y no tanto) corrieron por toda la cantina. Y para continuar el rito, elegimos The Love
of my Life de Queen a pesar de no conocerla. Bailamos entre besos y
apachurrones premeditados diciéndonos que esta es la mejor boda EVER.
Pero los hombres querían su víbora de la mar, así que alguien consiguió una
liga del pelo tipo diadema que me puse de liguero y con AC/DC se dedicaron a
corretear por el lugar. En un momento pensé que nos correrían de tanto
desmadre, pero no, la verdad es que hasta los no-invitados a la boda lo estaban
disfrutando: se intentaron ligar a las madrinas y me felicitaban cuando iba al
baño. Total que el rito del liguero con los dientes también se cumplió y mi
Maridaje lo aventó a la bola de borrachos que lo disputaban.
Después,
las palabras del Padrino-Testigo Coatl, quien lleno de felicidad y emoción dijo
algo que se resume en: los quiero un chingo. Entonces siguieron las cumbias y a
las 3 de la mañana, nos corrieron. Algunos borrachos aún querían seguirla, pero
después de encontrar dos bares cerrados y con la única opción de ir al Puerto,
hice uso de mi nuevo estatus de Mujer Impositiva y dije que NEL.
Al
día siguiente llegó mi hermana con su familia y como ya es sabido cuando veo a
mi Gabys, me dio sobrinitis y lo único que hago es jugar con la chamaca. El
domingo volvimos a Erlum, para que mi hermana probara la deliciosa comida y después,
regresaron a Guadalajara y nosotros al mercado semanal.
The Wedding Day II
Me voy temprano porque hoy me caso,
dije en la oficina una semana después de la primera boda. ¿Otra veeez? Pues ya
te gustó. Pues sí, ya me había gustado y la cuestión es que en ese programa de
matrimonios colectivos, el mentado papelito lo dan en la ceremonia que preside
el presidente municipal. Estaba lloviendo y no sabíamos muy bien cómo llegar,
pero justo a las 4 me estaban entregando el ramo y el papelito.
En
el lugar había unas 932 parejas, o algo así, y sus invitados. Nos tocó un poco
lejos, pero aún así alcanzamos a ver el protocolo de sí acepto de la pareja
representativa: unos señores que llevan veintitantos años juntos y que hasta
nietos tienen. Hubo más oficiales del gobierno diciendo cosas sobre Querétaro y
el matrimonio y el compromiso de los queretanos y del gobierno. Nos repartieron
tacos al vapor en cajita y mucho pastel. Rifaron una casa y no nos la sacamos.
Una lavadora y tampoco. Un equipo de sonido, nein. Un colchón y nel. 200
persianas y menos. Bueno, captan la idea. Me consolé tomando fotos de los
edificios históricos miniatura y volvimos a casa para cambiarnos los zapatos
mojados. Buscamos borrachera con amigos y como no la encontramos, terminamos
viendo series.
¿Qué se siente estar casada?
Me
preguntó mi papá mientras buscábamos estacionamiento en el centro. Se siente
igual, respondí.
Casarnos
merece un post en este abandonado blog porque fue un día muy muy feliz. Fue una
boda que no esperaba porque nunca la planeé. Sabía que no quería el paquete de
pleitos familiares políticos por invitar (o no) a sutanito. No quería el estilo
de princesa ni el anillo ni la entrega paterna. No quería que decir que sí
supusiera el comienzo de un cuento de hadas o el alineamiento y aprobación de
los que siguen ese camino. Lo único que sabía es que quería ese papelito para
que lograr lo que soñamos sea un poquito más fácil.
Tener
una vida con amor, pasión, compromiso, risas y todo lo bueno y no tan bueno que
viene de estar en pareja, no es parte ni consecuencia de un rito. Es
consecuencia de atreverse a ser vulnerable y amar a esa persona que te abraza
al dormir.