Puebla y Veracruz estaban en el plan original del mochilazo al sur de México que mi Maridaje y yo hicimos. En ese 2010, la falta de dinero nos obligó a posponer la visita. Cuando el autobús de ADO que nos llevaba de Oaxaca al De-Efe pasó por la planta de VW Puebla, nos abrazamos más y dijimos: ahí pa’lotra. Nos dolía no haber pasado a Puebla, pero más nos dolía la congelación a la que te someten los desdichados autobuses ADO.
La ocasión llegó con un programa que vi de Tlaxcala, en el que la anunciaban como la meca del Pulque. Después de nuestra visita a Boyé, buscar pulque se había convertido en obsesión. ¿Tlaxcala está cerca de Puebla, no? Google maps me dijo que sí. Además una nueva superautopista, el arco norte, nos permite llegar a Puebla sin pasar por el De-Efe.
Partimos un viernes por la mañana. En la carretera Querétaro – México encontramos la entrada al Arco Norte sin problemas. El problema estaba a escasos kilómetros cuando encontramos un estacionamiento en la autopista. Twitter me informó que había un accidente y que lo único que quedaba es tener un buen tema de conversación para no terminar ahorcando a los compañeros de viaje. Estuvimos detenidos más de una hora. Cuando por fin liberaron el paso, vimos a Tula de lejos, con sus refinerías ensuciando la vista. Junto a Salamanca y La Piedad, Tula ha de ser las ciudades más pinches de México.
El paisaje árido cambió a verde y boscoso cuando pasamos por La Malinche. Ahí pa´lotra volvimos a decir. Minutos después el Popo y el Iztaccíhuatl nos anunciaron que ya estábamos cerca. Eran casi de las 3 de la tarde y nuestras tripas chillaban. Chillaron aún más cuando vimos la cola en la caseta de entrada. Google maps nos guiaba para entrar a la ciudad y casi me desmayo cuando vi que la avenida que nos llevaba al centro estaba en reparación. Cuando por fin llegamos al centro lo encontramos atascado de gente y coches. Dejamos el coche en el primer estacionamiento que encontramos cerca de la Fonda Santa Clara.
A mi Maridaje le habían recomendado dicho restaurantito. Para nuestra suerte, había mesas disponibles y los meseros estaban prestos a atendernos. Comenzamos con unos tayoyos. A simple vista parecían unos tlacoyos pequeñitos, pero su sabor es más dulce y su relleno de algo así como chicharrón y habas hicieron que nos peleáramos por la mitad más grande del tercer tayoyo. Por fortuna, las enchiladas de tres moles (negro, pipián rojo y pipián verde) para mi Maridaje y un manchamantel para mí, salvaron a nuestros dedos de ser pinchados por los tenedores enemigos. Con el primer bocado casi me vengo. Pedí el manchamantel porque había leído que era un platillo colonial. En Santa Clara lo hacen de chile ancho y mulato y a las piezas de pollo y cerdo lo acompañan durazno, pera y manzana en almíbar y plátano macho. Al contrario del mole, que es más picante que dulce, la salsa con la que está bañado el Manchamantel es más dulce que picante. El mole también estaba delicioso y mi Maridaje feliz. No hubo más guerra de tenedores. Para el postre estábamos más que satisfechos. ¿Pero cómo resistirse a un postre que se llama Bien Me Sabes? Era pan cubierto con natilla de vainilla y decorado con nueces, pasitas y almendras. Salimos con un kilo de mole para llevar y decidimos caminar por el centro para bajar la panza.
Su Catedral está enrejada con ángeles y me recordó a la chilanga. Sin embargo, por dentro hay más oro. Las rejas, los marcos de los cuadros y demás relieves son dorados. No falta el Jesus gore y los pecadores devorados por el fuego del infierno. El toque moderno lo ponen sus velas eléctricas de a peso. Lo poblano les sale en el nacimiento de talavera.
Recorrimos un poco más el primer cuadro de la ciudad y como buenos queretanos criticamos el cochinero de sus calles. Vimos a los payasos, a los del EZLN y ubicamos los lugares para comer. Decidimos no pasar más tiempo en Puebla y partir para Cholula, donde se estaba llevando a cabo un festival de cerveza artesanal mexicana.
Cholula está pegada a Puebla, pero a los cholulenses no les gusta ser confundido por poblanos. Y con mucha razón. Por sus calles adoquinadas juguetean perros semicallejeros. Hay grandes prados en los que pasean dueños y perros más entrenados. Con razón leo a cada rato que Agustín sale a caminar con Nico. Los changarros del centro están pintados de colores fuertes: azul rey, verde olivo, rosa mexicano, amarillo pollo, rojo ladrillo. No hay mucha gente en sus calles y apenas puedes creer que a 20 minutos está el centro de Puebla. Y por supuesto, está su pirámide / iglesia. Sólo tuvimos tiempo de sacar algunas fotos desde el jardín. El sitio arqueológico queda ahí pa’lotra.
Llegamos al hotel en donde se llevaba a cabo el festival. Varias carpas alojaban a los productores de cerveza, quienes por 20 pesitos te daban un chupito de cata. Además te explicaban el tipo de cheve, los ingredientes extra utilizados y otras peculiaridades. Así llegamos a cerveza de bambú (mala), otra oaxaqueña y con miel (machomenos) y otras con nombre de escritor (Poe, pale ale, bastante buena). En otras carpas había comida y a pesar que habían pasado escasas tres horas desde el atracón, le llegamos a unos choripanes al carbón acompañado de su infaltable chimichurri. En el centro del jardín algunos niños bien de la UAP jugaban a angry birds y chupaban tirados en el pasto.
La cerveza comenzaba a pegar cuando llegó la hora de partir. El plan era dormir en Tlaxcala para tomar muy temprano un tour a las haciendas pulqueras. Volvimos a Puebla y de ahí buscamos la salida a Tlaxcala. No estoy muy segura, pero hay como 23 salidas desde Puebla a Tlaxcala. Hasta ese momento, el celular y su Google Maps habían sido nuestra guía. Pero el celular estaba a punto de morir y no quería encenderlo. Era tarde y estábamos desesperados. Los poblanos son unos asesinos al volante que combinado con sus glorietas nada señalizadas y sus retornos imposibles hacen que Puebla se convierta en un lugar de la dimensión desconocida del que no puedes salir y todos de dan camote. Creo firmemente que los poblanos conspiraron para mandarnos por el camino más pinche: uno obscuro, lleno de topes, baches y conductores locos.