lunes, 26 de marzo de 2012

Mis ciudades

Mis ciudades están pegadas con tachuelas a una pared.  Son fotografías de su mejor cara, que alguien más tomó para colocarlas en pequeños kioscos de metal y venderlas a aquellos que quieren mandar recuerdos por servicio postal. Son imágenes amontonadas sin marco u orden, tal como se encuentran aún en mi cabeza.

Hoy las miro buscando inspiración entre unos pasos de tango; el olor a sangría de un bar; el agua templada de un cenote; la gente apurada de una estación de tren.  Entonces, caigo en cuenta de algo que no pensé al colocarlas: a ninguno de esos lugares volveré.  Y no sólo porque están a muchos dólares de distancia o me faltan ciudades (Tokio, por ejemplo), por visitar.  Nunca voy a volver porque las ciudades, como la gente, cambian.

Esa advertencia me la hizo un joven delgado: camiseta naranja y adorable acento inglés; en Berlín en el verano de 2001.  El metro cruzaba el río y yo me aferraba al tubo para alcanzarlo a oír.  “El Berlín que ven ahora, no es el mismo que verán dentro de cinco o diez años.  Esta ciudad está acostumbrada a cambiar, espero que ustedes también”.

Era una mañana calurosa de verano, sin una nube.  Sin embargo, mi humor era gris y los pensamientos amargos en los que había caído el día anterior no se habían ido por completo.  En mi segundo día, aún estaba rencorosa con la capital de Alemania, quien no me recibió de manera cordial.  Apenas bajaba del autobús cuando los gritos de un vendedor de boletos me golpearon.  Salí de la estación con la cola entre las patas y en un lugar alejado de la civilización. Subí a un autobús que iba al centro e instalé mi cara de sufrimiento.  Rogué por una cama en un hostal del centro.  ¿En verano? ¡claro! Los encargados rieron de mí y me mandaron al este, a un lugar de edificios grises y medio derrumbados.  Cuando por fin llegué al hostal, no me dejaron entrar a la habitación.  Perdí el tiempo en internet esperando a que amaneciera en América y alguien me dedicara un “¡Berlín, que envidia!” para poder fingir alegría.  Eso nunca pasó.  De regreso al hostal, el ruido de bocinas y altavoces maldecían a los asesinos de perros.  O al menos, eso entendí por las fotos de perros muertos y un bulldog disecado y sangrante que viajaba en el techo de un auto.  ¿Eso era Berlín? No quería saber más.  Me metí a las sábanas rasposas de mi cama y me dediqué a llorar por tres horas. Salí de mi habitación por la tarde, dispuesta a lavar ropa y mis penas.  En la lavandería me esperaba un jorobado lleno de verrugas en la cara.  Verrugas grandes, de colores obscuros, colgantes y con pelos.  No es ficción, juro que así era.  Los ojos apenas y se le notaban.  Me sonrió cuando le entregué algunos euros para detergente.  Sus uñas negras y largas rozaron mi palma al darme el cambio.  Hubiera huido, pero no quería perder mi ropa.

Dormí, pero no descansé mucho pensando en mi fracaso como viajera.  Desde adolescente había soñado con irme de mochilazo a Europa.  Viajar sola y sin itinerario.   Por fin lo estaba haciendo y tenía la cola entre las patas.  Mochileros entraban y salían de la habitación sin reparar en ese bulto de desgracias en que me convencí que era.

Al menos, sólo me quedaba un día en esa horrible ciudad.  El recepcionista del hostal se lamentó de mi partida.  ¡No vas a conocer nada! me dijo, entregándome un folleto de “Berlin Walks”.  Me dirigí a Hauptbahnhof, la estación central. Guardé mi mochila en los lockers y me uní al tour a pie, que salía del metro que se encontraba en la misma estación.

Bajamos del metro y nos dirigimos a un puente con vista panorámica de la ciudad.  El inglesito nos habló de la historia de Berlín, con el Imperio, la Primera Guerra Mundial, los nazis, la Segunda Guerra y los rusos.  Me gusta la historia, pero leerla o verla por televisión, no me puso la piel de gallina, tal como lo hicieron las palabras de mi guía.  Me conmovió ver la ciudad re-edificada e imaginar el 90% de las construcciones destruidas con la guerra; la inmundicia que le siguió y la tragedia de la separación de familias cuando, en una noche, el muro creció.

Caminamos un poco más hasta llegar al sótano en la plaza donde los nazis quemaron libros no alineados a su filosofía.  Ahí, una leyenda grabada en metal dice: “Quien comienza quemando libros, termina quemando gente”. ¿Cuántos libros más faltan por quemar? Las ganas de llorar volvieron a mi garganta.  Aunque esta vez, no era por mí y mis “desgracias”.

El tour continuó en el muro.  Puedo recordar las imágenes transmitidas por la televisión cuando fue derribado.  Yo era una adolescente que creció con dos Alemanias y películas de escapes heroicos de Berlín.  Pero en ese 1989, no dimensioné la importancia que tuvo, los eventos y las presiones que llevaron a un estúpido vocero del gobierno a decir: las puertas se abren desde ya.  Y como no había suficientes puertas para salir, la gente se encargó de hacerlas utilizando picos y palos.  Hoy, un camino con empedrado de otro color indica por dónde pasaba el muro.  Porque esas son de las cosas que no se deben olvidar.

Mi estancia en Berlín fue muy breve.  Apenas dos días.  Berlín es mi primera ciudad especial.  Es ruda pero comprensiva.  Para mí, fue esa maestra que te enseña a madrazos, pero al final, enseña bien.  Este verano se cumplen diez años y pensé lo bueno que sería ir a ver a Berlín.  Decirle: ya volví, ahora sí me echo unas chelas.

domingo, 4 de marzo de 2012

Don't collect bad wines

Recuerdo que era domingo por la tarde-noche. Estaba tiradota en la cama procrastinando en internetz. Mi viejo escribía con su compu a mi lado y los Gazpachos estaban tumbados en sus colchones; ya comidos y paseados, no daban lata. Ya no había nada que hacer más que esperar al lunes y que todo volviera a comenzar. La semana de la marmota. 

Entonces, descubrí este video. Es de las conferencias de TEDx y en él aparece uno de los pasajeros que iban en el avión que tuvo que “ariorizar” en el Hudson. ¿Se acuerdan? el piloto héroe y demás. ¿Qué piensas cuando estás a punto de morir?

 


Esa semana que terminaba fue mala. No porque haya pasado algo gacho, sino porque no pasaba nada. Y es la nada de todos los días la que me desquicia. 

“I collect bad wines” Había estado ahorrando para arreglar la casa (muebles y decoración) y comprar un coche nuevo. Sin embargo, lo realmente he querido durante mucho tiempo es volver a Europa, en especial a Madrid. Uno de mis sueños es compartir mis lugares y sabores con alguien que quiero. Ahora tengo a quien y también el dinero. Me di cuenta que casa y coches podían esperar. Ahora lo escribo y pienso: ¿Qué chingados esperaba? 

No me acuerdo si el video o lo vi en el blog de Rodrigo Solís o en micabeza.com, pero junto a él había otro sobre gastar nuestro tiempo con las personas equivocadas. Ese video no lo tengo a la mano. En todo el tiempo que desperdiciamos haciendo corajes o simplemente estando tristes por convivir con algunas personas. 

Comencé a reflexionar en mi actual trabajo. A pesar de ser tan relajado y sencillo, me cuesta un ovario levantarme. Me convertí en una zombi que ejecuta. No encajo con esa cultura y no me hace feliz. 

Aceptamos con un “bueee…no pos así es a veces la vida”. Mi papá me dijo que en ningún trabajo se es 100% feliz. Tal vez yo estoy loca por intentar llegar al 95%. 

En fin. El jueves tengo chamba nueva y en junio viajamos a Europas durante 3 semanas :)

jueves, 1 de marzo de 2012

¿Y para eso un pinche post?


Hace rato escuché este podcast que habla de un sitio de creación literaria que existió cuando la red no era ni 1.0. Al parecer, en predicado.com la gente subía poemas y tenían comentarios, mentadas de madre y todo eso.  El podcast está narrado (con voz acartonada) por dos viejitos nostálgicos que se sienten muy acá por haber vivido algo selecto, cuando el internet no era gatitoz y manitas puñeteras.  Casi los oigo suspirar ¡Ah! ¡Cuando éramos jóvenes y locos!

Sin embargo, es fácil ver que los poetas en cuestión no eran más que unos prostitutos de favs.  Diez años-internet han pasado y ya sea en tuiter, blogs, youtubes, facebooks o la siguiente socialnetwork de ultrawow, el síndrome de “soy el más popular de la prepa” seguirá existiendo.

En cada “social network”, se crean preparatorianos rubitos y se caen otros.  Y alguna vez un viejito del internetz dirá: ahh te acuerdas de… Pero después de eso, ¿qué queda?

Queda lo que creaste y las relaciones que hiciste.  Si lo sabré yo, que algunas de mis penas y bastantes de mis alegrías están ligadas a este blog.

Estoy emputada con ese podcast porque me hubiera gustado haber escuchado algún poema de estos tipos.  Los chismes de lavadero y los pasados tragicómicos están de más.  Por supuesto, existe la posibilidad que el tal Anakin no exista y el podcast sea una fumada del Jorge.  En todo caso: aplausos y contraten actores porque se escuchan falsísimos. 

Como sea, sólo quería venir a decir: Querido blogsito: nunca hablaré de ti de esa manera, snif.  (¿Y para eso un pinche post?)