Cuando hay eventos culturosos en el centro, nunca falta una señora que vende galletas y da bendiciones. Así las ofrece: “galletas, dulces… bendiciones”. Me llama mucho la atención ya tiene una voz suave y siempre sonríe al ofrecer la mercancía que carga en una canasta. Suele usar vestidos de flores largos, con manga larga y cuello alto, generalmente terminado con encaje. Su pelo entrecano siempre está agarrado en un chongo y usa maquillaje discreto. En resumen, no pareciera que tiene necesidad de vender galletas caseras en la calle, por lo que tengo el presentimiento que lo hace porque le gusta bendecir gente.
Hace poco le preguntaba a Ricardo si la palabra bendición tiene a fuerza una connotación divina. No supo. San Google me dijo que sí. Lo cual me deja mentando madres al español ya que la mayoría de las palabras que hacen referencia a tener una gran vida están relacionados a dios o a cualquier otra fuerza mágica: Fortuna, Dicha, Suerte. Como si algo mágico se necesitara para estar bien.
Eso de bendiciones lo pensé a propósito de una charla que tuve con unos colegas el trabajo. Me sentí contenta de tenerlos en mi círculo laboral-computito. También pensé en mis compas de la escritura: sin sus jalones tal vez ya me hubiera vencido. Después pensé en mi familia y en mi sobrina. Y cómo la chamaca nos ha pegado aún más. Y por supuesto, pensé en Ricardo, en todo lo que hacemos juntos y en nuestros perros. Me di cuenta que tengo lo que mucha gente pensaría que son bendiciones.
Como no soy creyente de cosas imaginarias, esa palabrita no me cuadra. Además, nadie me ha dado nada. La dicha que siento en este momento de mi vida es resultado de reducir mis dramas y tener en mi círculo cercano a gente a quien le importo y que me da estabilidad. No tengo cerca a nadie que me esté jodiendo la existencia porque yo lo he decidido así.
No sé por qué invertí mucho tiempo de mi vida en el drama. Dicen que es porque los sentimientos de tristeza y desesperanza se sienten más fuertes. Ya saben, el dolor en el pecho y la constante incertidumbre de no saber qué va a pasar hace que te sientas vivo.
Llega un momento en que hay que dejarse de pendejadas y quejas. Hay que apechugarle y ser honestos, con uno mismo y con los demás.