lunes, 4 de enero de 2016

Chilanga eres

Cuando tenía cinco o seis años vi las estrellas por primera vez. Ok, supongo que no fue realmente la primera vez, pero sí la primera que fui consciente de ver la bóveda celeste completa. La luz de la colonia brillaba por su ausencia y salí al jardín de casa de mi abuelita para comprobar su ausencia y, efectivamente, no había luz. Recuerdo que me recosté sobre el cofre del auto de mi papá y estiré los brazos a los lados. Estaba impresionada de ver tantas estrellas y las intentaba contar. Quizá no es muy sabido, pero nací en el Distrito Federal. Así que mi mamá nos acostaba temprano, salíamos a jugar a la calle poco y sólo mientras llegaba el atardecer. Cuando tenía diez años, nos fuimos a vivir a Guadalajara y a los veintisiete migré sola a Querétaro.

Ahora le llaman Ciudad de México. Ahora mi familia es mi maridaje y mis perros. Ahora, y desde hace tres meses, vivo en la CDMX aka el De-Efe aka Chilangolandia aka La Capital.

Pero tanto tiempo fuera me hizo provinciana. Me engento con facilidad (hace unas semanas tuve un mini ataque de ansiedad en la estación/centro comercial Buenavista), y reniego del ruido y del tráfico. Por eso, cuando decidí volver era imperativo vivir lo más cerca a mi trabajo. Así que nuestro depa está a 30 minutos caminando. Y cuando lo digo, la gente me mira como si el nuevo reglamento de tránsito no aplicara en mí. Uf, yo hago hora y media, ¡qué lujo! –Me contestan–, si salgo 15 minutos después ya no llego.

Me pregunto si para ganarme el título de chilanga debo de sufrir apachurrones en el metro, mentadas de madre en Insurgentes y comprar gorditas de nata en el Peri. Tampoco me alimento en esos puestos callejeros que venden amenazas intestinales en paquetes de 5 tacos por 20 varitos.

No sé si soy tramposa o hacker por elegir mis pies (y un poco la bici) como medio de transporte. A veces quisiera decir que soy una flaneur, una voyant. La realidad es que soy una mamoneur.




Salgo a las 7:30 am y veo a los vecinos que sacan a sus perros a mear. Los niños van enbufantados y sus papás los arrastran para que se apuren. Cruzo con ellos la primera glorieta, la que pasa por Legaria. En dos calles hay dos escuelas y un kinder. Ahí un señor pasa con sus dos hijas. Las niñas tienen unos 7 y 10 años, usan trenzas y llevan su mochila en la espalda. Los miro con escándalo: los tres van en bicicleta hacia Polanco. Yo también voy hacia allá y elijo un coche, de preferencia de un color chiclamino, con el cual jugar carreritas: a que yo llego primero a Ferrocarriles de Cuernavaca. Comienzan los depas de los judíos. Las niñas con sus faldas grises y largas y los niños con kipá esperan el transporte escolar de la mano de su diminuta madre, quien lleva el pelo cubierto. Por la tarde, esas mismas madres están en una estética sobre Homero (¿o es Horacio?) donde les peinan sus pelucas. A esa hora de la madrugada, esa misma estética está abierta y hace descuento en planchado de pelo. A veces, siempre y cuando las ecobicis lo permiten, agarro una en Ejército Nacional y bajo por la región más transparente y recorro toda la ciclovía del Ferrocarril hasta la entrada a Polanco. Pero casi prefiero caminar y descubrir un esqueleto colgando de un balcón, unos perros chinos que ladran o unos entacuchados en bicicleta con portafolio de piel colgado como si fuera morral. La gente va de prisa y no me voltean a ver. A veces ni siquiera los que van en coches lujosos que pasan por Horacio (¿o es Homero?) y que dan vueltas ilegales en su desesperación por llegar. A lo lejos ya se ven los edificios de Palmas y cruzo el periférico. Desde que comenzó el nuevo reglamento está lleno de policías y los coches respetan los pasos de zebra. Aún así, los claxonazos, arrancones, minibuses y taxistas se meten desafiando el sistema métrico decimal. Me detengo en un puesto de jugos y pido uno de mandarina; doce pesos mi chula, me dice el juguero. Dale un popote a la reinita, le dice a su achichincle. Cruzo con los demás godínez que acaban de bajar del camión. Ellas llevan falda y tacones y ellos traje o mínimo camisa y pantalón de vestir. Yo no he dejado mis converse, mezclilla y camiseta de los Foo. Entro a mi edificio y enseño la credencial al poli que ya me conoce pero la necesita ver para sentir que trabaja. Si llego 8:30 ya no hay lugar en el elevador, así que subo los cuatro pisos por las escaleras y llego desmayándome a trabajar. Tomo agua, aire y ya luego saludo. Mis compañeros se asombran de verme acalorada y sin suéter. Es que me vengo caminando, les vuelvo a decir. ¡Qué lujo! ¡Qué suerte!, etcétera.

  





Aún soy extranjera, extraterrestre... provinciana pues. Pero comienzo a entender porqué los chilangos aman tanto a esta ciudad en eterna construcción (y destrucción). Entiendo que el monstruo de concreto está en nosotros y como no cabemos, empujamos, pitamos, gritamos. Desde la ventana de mi oficina veo esa nata gris que nos da un cielo café entre los edificios llenos de godínez y sus cadenas de mails con pleitos de tupperware y cucarachas. En la noche, las miles de luces no nos dejan ver las estrellas en el cielo y por eso ahora las vemos en las avenidas. Hago escándalo ante el sorpresivo olor a mierda y miados. 

Pero hay algo que siento cuando camino y veo los edificios modernos, los que tienen siglos, los que recorrí durante mi infancia, los que son nuevos para mí. A veces me pregunto si eso que siento es algo azteca relacionado con morir para renacer. Si hay un encantamiento en los gritos de los marchantes ancestrales que aún resuenan en los que venden tamales, audífonos, chicles, gorditas, jugos, tenis, ropa, garnachas, tacos, MP3s con la última colección de rock en español o música de banda, que invitan a subirte al minubús, a bajarte del metro, a circularle más rápido y por acá. O será el encanto relacionado de lo extravagante.

Aunque lo más probable es que nací Chilanga y en Chilanga me convertiré.

 

  


7 comentarios:

Mau dijo...

je, 38 años que vivi en el DF y sigo confundiendo Horacio y Homero.
Disfruté tu post.

Sigue Gozando!

La Rosy dijo...

En el trabajo me contaron que llegó un invitado (no sé de dónde o porqué) pero que se llamba Horacio (¿u Homero?) y le decían el otro nombre jajaja

Saludos Mau :)

Anónimo dijo...

Me encantó leerte. saludos Rox
-Angrub-

La Rosy dijo...

Saludos Angrub!

Unknown dijo...

Me gustó. Este es el segundo comentario que escribo y espero que este sí aparezca.

Unknown dijo...

Ya supe como publicar bien los comentarios así que ahora, si me acuerdo, te pongo lo que quería decir en un principio. Primero, ni sabía que ya no estaban en Querétaro. Sobre la crónica... creo que el regreso suena a te va a ir bien en el reencuentro a pesar de las multitudes y los apachurrones. Más retornados como tú alcanzarían a cambiar al D.F? Es algo que me pregunto. Muchos chilangos en Querétaro han, decididamente, cambiado esta ciudad. Besos.

La Rosy dijo...

Hola, Paloma!

Gracias por tus palabras y creo que al menos intentaré cambiarlo :)

Saludos!