Ahí estábamos, en un Sol sin su Tío Pepe (chingatumadreApple)
ni indignados del 15M, pero con un montón de calor. El día anterior, los gachupines nos habían
dejado entrar por el aeropuerto de Barajas sin siquiera mirar los miles de
euros que traíamos o las escrituras de mis propiedades en México. Apenas dos días antes de nuestra partida, el
gobierno español aceptó, en un ataque de amistad y fraternidad *cofputitoscof*,
que los mexicanitos podíamos visitarlos sin carta de invitación. Y yo, que traje un jarabe tapatío en los
intestinos durante los días previos, casi me sentí decepcionada de que nos
dejaran entrar y que además, nos desearan “buenas vacaciones”.
Como dije, mi Maridaje y yo estábamos en Sol y recién nos
habíamos perdido por la Calle Mayor ya que hicieron peatonal a la calle Arenal
y me destanteé al no encontrar el antro Joy.
Y yo, que solía pedir dinero y hacer pipí en esas esquinas estaba
inconsolable: no sólo me quitaron al Tío Pepe (chingatumadreApple) y movieron
al Oso, también le quitaron lo orgásmico al Chocolate San Ginés.
Madrileñas que nada tienen que ver con el texto pero que buscan tener su atención
Madrid, ese Madrid que tiene un propio blog, no existía
más. Desde el primer día me di cuenta,
pero me negaba a aceptarlo. No importó
que a las cuatro cervezas recuperara mi hablar en tiempo compuesto. Que se me saliera una lagrimita al saborear un
jamón ibérico. Que viera a sus viejitos
al sol y las morras enseñando nalga. Que la misma voz me advirtiera en el metro
“estación en curva, al salir, tenga cuidado de no introducir el pie entre coche
y andén”. Madrid se había convertido en
ese ex novio al que vuelves a ver unos años después y te preguntas: ¿Qué
chingados le vi?
Anyway: Íbamos caminando por el McRoñas de Sol cuando una gitana me ofreció una ramita y ya
tenía mis dedos índice y gordo tomando la ramita cuando de golpe, recordé: fue
el día que cumplí 30 años. Trabajaba en
la calle junto a mis amigas. Me habían
regalado una falda larga y azul. Abrazadas de los hombros, cantábamos en la
calle alguna estupidez como “búscate un hombre que te quiera, que te tenga
llenita la nevera” y en cuanto veíamos un chico guapo pasar, nos parábamos frente
a él y le ofrecíamos la salvación de su alma mediante el apadrinamiento de un
chamaco del tercer mundo. Sí, yo
trabajaba como esos, pero los de ACNUR son unos salvajes, le dije a mi Maridaje
cuando un chico se nos acercó y nos ofreció la salvación de nuestra alma en pro
de los desplazados por las guerras. Como
estaba diciendo: cumplía 30 años y por andar cantando en la pendeja, una gitana
me ofreció una ramita de la suerte y yo se la acepté. Acto seguido me pidió dinero, porque todo mundo
sabe que la suerte se paga y no acepta ramitas de vuelta. Y como quitarse de encima a una gitana es inviable,
le tuve que soltar unas monedas.
Perrito lindo que pongo porque este es mi pinche blog
Por eso, en Sol frente al McRoñas, mi dedo
índice no se juntó al gordo y no tomé la ramita. Mi Maridaje, que desconoce las fluctuaciones
de la suerte y que no alcanzó a ver (el pobre tiene un ojo virolo) me preguntó
¿Qué pasó? Me iba a dar una ramita y como no se la acepté, me lanzó una
maldición, le dije. Reímos ante la
expectativa de estar malditos, besados por el chamuco y de morir quemados al
visitar la Almudena. Yo reí más, porque
la verdad no vi que me maldijera, inventé todo el asunto y él se está enterando
justo cuando lee esto con su ojo no-virolo.
Pero lo del esguince en el tobillo es real. Demasiado pinche real. Me duele hasta escribirlo. FIN.
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