Una se cansa con la mudanza, pero le satisface empacar recuerdos y abandonarlos en la casa del cerro. Toma la avenida semi-iluminada y baja por última vez viendo la luna caer sobre las luces de la ciudad. Una sabe que no necesita demasiado maquillaje cuando ha vuelto a sonreír. Una sabe siempre sobrevive y cree que el cambio de casa es el último de la lista.
Alguien aparece aquella noche que una se emborracha. Alguien la lleva a la casa junto a las vías del tren. Se mete a su cuarto, a sus sábanas. Alguien le besa todo el cuerpo y ocupa un espacio que nadie sabía que existía.
Una siente que necesita contarse un brazo, desencajarle una pierna. Que las rodillas se doblen hacia afuera y que le salgan dedos en todo el cuerpo. Una y Alguien son un Picasso sobre la cama: un cuerpo con dos cabezas; las manos son de una, las nalgas de alguien. Se amarraron los codos y se voltearon las piernas.
Una no esperaba querer verlo más seguido y extrañarlo durante una semana. Alguien no esperaba sentirse tan a gusto a su lado. Una no esperaba que se pudiera hacer “nada” todo el día y que esa “nada” fuera mucho. Una no esperaba que alguien que alguien quisiera quedarse todos los días.
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